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Lunes, 21 de Abril de 2025
Por Fernando Madariaga

A pesar de que ser seguidor del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, es uno de los pocos pecados que no he cometido y de que no me resulta en absoluto un hombre admirable, creo que, a diferencia de lo que ha manifestado el PP, su viaje a Extremo Oriente y sobre todo a China ha sido una jugada acertada, inteligente y valiente.

Juro que ha sido la primera vez en sus dos legislaturas en que me habría levantado para aplaudirle porque, por una vez, España no ha estado en el rebaño de los timoratos países europeos que, capitaneados por la pusilánime Von der Leyen, se pasan el día implorando diálogo a Washington mientras se ganan a puslo el desprecio de Donald Trump.

Cuando el impredecible millonario norteamericano nos lanza toda su artillería arancelaria, los Veintisiete, como en tantas otras ocasiones, se han limitado a organizar carísimas reuniones donde todos se saludan muy afectivamente, con esas caras de felicidad tan artificiales que al ciudadano medio europeo no le queda claro si van a responder a una guerra comercial o si participan en un acto promocional de Satisfyer. Todo para terminar siempre con moderadas amenazas de aplicar las mismas medidas que la Comisión Europea ha estado retrasando lo indecible para no molestar a ese Trump crecido que ha terminado aplazando los aranceles. A lo que, en esta ocasión, sí han respondido con sorpendente diligencia los países europeos aplicando inmediatamente la reciprocidad.

Sánchez se fue solo a Vietnam y a China, ni Ursula von der Leyen ni ninguno de los ineptos y carísimos comisarios europeos fue capaz de acompañarle para demostrar ese inexistente consenso europeo que Bruselas se empeña en vendernos. Nadie quería aparecer en la foto con Xi Jinping y con Pedro Sánchez por miedo a que el presidente norteamericano colgara la imagen en su pared de venganzas, justo entre la del líder supremo iraní Alí Jamenei y los pingüinos que habitan las islas Heard y McDonald, que ya han sido sancionados con aranceles a pesar de que todos nos preguntamos cómo la balanza comercial entre ambos puede ser favorable a los pingüinos.

Es cierto que el viaje de Sánchez estaba previsto desde mucho antes de la victoria electoral de Trump y, a diferencia de lo que defiende el PP, no considero que fuera el momento más inoportuno sino el único momento en que ese viaje ha significado algo tan importante para la Casa Blanca que el secretario del Tesoro, Scott Bessent, nos amenazó de muerte al advertirnos de que acercarse a China sería para España como “cortarse el cuello”, fiel al estilo de matón chulesco que está imprimiendo el presidente a su equipo de Gobierno.

Y si hizo ese comentario, por supuesto con el placet del presidente, fue porque le preocupó el paso dado por nuestro presidente. No hay que olvidar que sumando los números de Europa y China, la economía norteamericana tiene motivos para preocuparse, y muchos.

Sé lo que estarán pensando algunos lectores, probablemente la mayoría. Yo tampoco me fío de los chinos, no me gusta como juegan al libre mercado con cartas marcadas, ni como lo instrumentalizan todo para disfrutar de los derechos sin cumplir con las obligaciones  y, desde luego, prefería a los norteamericanos como socios y aliados, al menos a los Estados Unidos que habíamos conocido, los de Donald Trump no me interesan.

En fin, pero nada podemos, ni debemos, hacer para impedir que rompan las alianzas que tenían contraídas. Lo único que sí podemos es buscar nuevos amigos que nos merezcan menos desconfianza que el que nos acaba de apuñalar por la espalda. A este juego se juega con las cartas que se tienen, no con las que se deberían tener.

Además, como nación soberana, fastidia que un país extranjero nos diga con quién podemos tratarnos.

Como dije, personalmente, aplaudo la decisión del presidente Sánchez y animo a la oposición a superar sus temores o su servilismo, caso de Vox, hacia un presidente extranjero que nos desprecia y que se jacta de que le lamemos el culo.


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