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Martes, 8 de Abril de 2025
Por Fernando Madariaga

El dinero es propenso al pánico por lo que no sorprende demasiado el dramatismo con el que la economía ha recibido la guerra comercial declarada por el presidente de los Estados Unidos. Por eso llevamos una semana de expertos, políticos y medios de comunicación anunciando el apocalipsis.

Desde luego, el imprevisible Donald Trump lo ha complicado todo, aunque desde Europa no nos estamos quedando cortos a la hora de magnificar el drama. De hecho, como los napolitanos, estamos pecando un poco en crear la tragedia para vivirla. El mundo va a cambiar en algunas cosas pero no se va a acabar; bueno para los que piensan que la economía es todo a lo mejor sí.

Los sobresaltos de las bolsas mundiales ante esta guerra comercial no han sido más relevantes que los producidos en muchas ocasiones ante otros acontecimientos políticos o económicos sin que por ello el asunto haya terminado en un crack como el del 29, ni con ejecutivos arojándose al vacío desde las ventanas de sus despachos. Las bolsas no son más que casinos donde se hacen apuestas, donde se especula, asusta, intimida o miente para provocar esas caídas y bajadas que, en pocos minutos, hacen ricos a unos y llevan a la quiebra a otros. Y eso pasa todos los días, con o sin aranceles.

Sí tendremos que adaptarnos a una nueva realidad en la que Estados Unidos dejará de ser la primera gran potencia económica en beneficio de países como China e India, que son casi los únicos que podrán asumir la mayor parte del vacío que dejará Norteamérica. El equilibrio entre importaciones y exportaciones se restablecerá entre unos y otros, y el mundo no va a ser necesariamente peor porque Estados Unidos se retire de él; no olvidemos que al desparecer el número uno, todo el escalafón correrá un puesto y hasta nosotros, los llorones y timoratos de la Unión Europea, tendremos la oportunidad de ascender en importancia económica mundial y en influencia geostratégica. Otra cosa es si nuestros líderes serán capaces de convertir esta situación en una oportunidad o si preferirán continuar disfrutando de su tragedia e implorando diálogo ante la indiferencia de Donald Trump.

Porque es muy probable que el gran error del presidente norteamericano haya sido creer que su país tiene capacidad para vivir solo en el mundo. No la tiene y los pocos socios que le quedan no pueden ni remotamente suplir las relaciones comerciales que Estados Unidos mantiene con todos esos países a los que ahora cree estar castigando, sin contar con que los pocos amigos que aún le quedan a Trump son los más caros para el contribuyente norteamericano, empezando por supuesto por Israel.

La economía mundial está demasiado globalizada para que un solo país, aunque sea el más poderoso, pueda detenerla en seco. Por supuesto que afectará, pero el dinero es tan cobarde como egoísta y lo primero que hará, que ya está haciendo, es sobrevivir, buscar lugares más tranquilos y seguros en los que establecerse para seguir haciendo beneficios.

Porque lo que sí ha conseguido el actual inquilino de la Casa Blanca es acabar con la confianza de la economía mundial en los Estados Unidos y cuando el capital pierde esa confianza, lo que hace es salir corriendo.

Muchas cosas van a cambiar en nuestro mundo, aunque no necesariamente a peor y, si lo hacen, tampoco importará demasiado, al fin y al cabo será difícil que podamos joderla más de lo que ya lo hemos hecho.


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