Resulta casi irónico que desde Occidente nos pasemos el día pontificando sobre la guerra ilegal de Putin y señalando con el dedo acusador todos los excesos que están cometiendo los rusos en Ucrania, cuando hoy se cumplen 20 años de la invasión de Irak. Lo que nos recuerda que nosotros, los grandes demócratas, cruzados de las libertades, los derechos, y la justicia, no vamos por el mundo predicando con el ejemplo.
Editorial
Como era de esperar, el plan de paz chino para poner fin a la guerra en Ucrania no ha despertado ningún entusiasmo entre los países que estamos apoyando a las tropas de Kiev. De hecho, casi ha sido la indiferencia la única respuesta a la iniciativa de Pekín y solo los pocos gobiernos que se mantienen fieles a Moscú han prestado algo de atención a la propuesta.
Era obvio que Irene Montero, la que es probablemente la ministra más inepta que ha padecido la España democrática, se iba a tragar sus palabras, y que iba a transigir en la inevitable reforma de la chapuza legal que es la llamada ley del “solo sí es sí”. Lo sorprendente es que a esa ineptitud y a su ignorancia en cuestiones de técnica jurídica, sume la arrogancia. La combinación perfecta para el fracaso.
A los españoles nos quedan unos meses horrorosos de sobrevivir a nuestros políticos, sobre todo porque ya están en campaña electoral, que no de precampaña, en la que es seguramente la más encarnizada batalla para alcanzar el poder desde el inicio de la democracia.
Aunque Pedro Sánchez se pase todo el día con su aburrido discurso sobre todo lo que está haciendo por nosotros para que la actual situación económica resulte más llevadera, lo cierto es que no lo resulta. Las medidas del Gobierno pagadas con nuestros impuestos no están funcionando.
Los españoles llevamos ya varios meses padeciendo el maltrato que los partidos políticos le están dando al Poder Judicial mientras socavan la ya renqueante credibilidad del mismo. No obstante hay algo que es objetivamente cierto, tenemos unos jueces marcados ideológicamente que toman las decisiones obedeciendo los dogmas ideológicos de políticos mediocres y corruptos.
La polémica sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Constitucional tiene un sesgo ideológico tanto por el PP como por el PSOE que oculta la importancia de la reflexión necesaria que hay que realizar sobre el papel que el propio Poder Judicial ha de desempeñar.