A pesar de que el coronavirus parece haberlo relativizado todo, otorgando a gobernantes y autoridades públicas una especie de bula papal para cometer excesos, ilegalidades, desatinos y torpezas, me rechina el discurso en el que los que dicen estar defendiendo nuestra salud, nos invitan a seguir vacunándonos con unos medicamentos que matan a gente, poca, pero la matan.
Es cierto que el índice de mortalidad a causa de las vacunas, sobre todo la de AstraZeneca que es la que da mas yu-yu, sigue siendo muy bajo. Ya no tan bajo como aquellos primeros casos que ahora han quedado solo como lo que eran y como la lógica dictaba que serían: los primeros casos.
Personalmente me he quedado un tanto boquiabierto oyendo hoy a la ministra de Defensa, Margarita Robles, animando a la población a vacunarse precisamente cuando asistía a la honras fúnebres de un militar fallecido por una de esas trombosis tras haberse puesto la dosis de AstraZeneca, como ha confirmado la misma titular de Defensa.
Y no hablamos de un anciano ni de alguien plagado de dolencias previas ni de enfermedades fatales. Se trataba de un cabo de 35 de Cazadores de Montaña, lo que permite aventurar que estaría en excelentes condiciones físicas. Para estar en esa unidad hay que ser, más o menos, como el hermano duro de Rambo.
Es obvio que ni el fabricante ni las autoridades sanitarias nacionales e internacionales tienen ni idea de por qué esa vacuna mata, de cuando en cuando, a un persona. Si bien, el sentido común nos indica que hay un motivo y que, probablemente, investigando más tiempo, sin tantas prisas, los científicos podrían descubrirlo, arreglar el entuerto y, de paso, evitar más muertes.
Sigue sorprendiéndome que hasta nosotros, los borregos, hayamos aceptado el perverso discurso con el que nos martillean las autoridades públicas: vacúnate, aunque puede que te mate, es poco probable.
He leído que la UE ha invertido unos 7.000 millones de euros, de nuestro dinero, en las farmacéuticas para que desarrollen y produzcan esas vacunas, incluida la fatídica de AstraZeneca, a la mayor velocidad posible.
Lo que se me ocurre es que, tras haber adelantado tanta pasta que no les pertenece en comprar algo que no existía, tanto esas farmacéuticas como los políticos europeos que autorizaron el gasto, necesitan, precisan, que las vacunas funcionen.
Incluso si no funcionan, si no funcionan al 100% o sin saber cuánto tiempo funcionarán, necesitan que funcionen.
De no ser así, más de uno podría pasar del cielo al infierno, de la privilegiada y carísima comodidad de la Comisión Europea a la cárcel más próxima. Si bien, en ambos casos pagado con nuestros impuestos, de eso parece que no nos libramos.
Con esas premisas, me siembra cada vez más desconfianza la alegría con la que nuestros "abnegados" líderes nos invitan a que juguemos a esta ruleta rusa.
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