Siempre he tenido claro que para nuestra clase política, nosotros, la opinión pública, conformada por la generalidad de la ciudadanía, no somos más que un rebaño de borregos a los que se pastorea en una u otra dirección siembre en beneficio del pastor. Lo que me sorprende es que tan poca gente se dé cuenta y, sobre todo, que el pastor no tenga ni puñetera idea de lo que quiere.
Opinión
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Estaba claro que el Ibex-35 no le iba a perdonar a los españoles esos tres meses de confinamiento total, el descenso del consumo desde entonces y, sobre todo, los “favores” que nos hizo nuestro Gobierno progre al aplazar pagos e impedir la suspensión del suministro de servicios básicos. Ahora, ha llegado el momento de la venganza.
Aunque, de nuevo, intentemos no fijarnos en si el rey lleva ropa, resulta evidente que nuestro país presenta un déficit público en infraestructuras, servicios y recursos que ya nos está abofeteando en la cara. Y esas carencias no se solucionan aburriendo al ciudadano a golpe de ruedas de prensa, ni cargándole con la responsabilidad que corresponde al gobernante.
Si algo ha demostrado hoy la ministra de Defensa, Margarita Robles, en su discurso con motivo de la celebración de la Pascua Militar, es el irracional miedo endémico que la izquierda española, anclada desde la posguerra civil en la posguerra civil, le tiene al estamento militar.
Como ya anticipé en este mismo espacio, era previsible que, aprovechando que la pandemia está excusando decenas de abusos de poder y abiertas muestras de represión inconstitucional por parte de las administraciones publicas, el catálogo de excesos aumentara antes de que se produzca una también previsible explosión social.
Reconociendo que veo conspiraciones judeomasónicas por doquier, comenzando por los "abrefáciles" en la alimentación, diseñados para que la gente se muera de hambre, cada día me ofrece menos confianza el empeño de las administraciones públicas para que aceptemos vacunarnos contra el coronavirus.
Hasta el aburrimiento han repetido lo de que hoy se ha cumplido el décimo aniversario de la inmolación del joven comerciante tunecino que provocó las llamadas “primaveras árabes”. Me he pasado gran parte del día escuchando las estupideces que los reporteros de las teles grandes, las nacionales, han estado contando sobre el asunto. Del que, por cierto, no tenían ni puñetera idea.