Al presidente del Gobierno en funciones Pedro Sánchez, hombre de moralidad, honestidad y patriotismo intachables pues no ha consumido en su vida una ápice de ninguna de esas virtudes, no le supuso esfuerzo alguno mentirle a la cara a la princesa Leonor prometiéndole la lealtad de su Gobierno tras jurar la futura jefa del Estado la Constitución el pasado martes.
Opinión
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No acabo de comprender la estrategia adoptada por el equipo de Pedro Sánchez para auparlo al poder a cualquier precio. Ni entiendo que se vilipendie al expresidente Aznar, al que no guardo simpatía alguna, por animar a los españoles a manifestarse contra un gobernante que está dispuesto a incumplir la ley para llegar al poder. De hecho, rebelarnos contra la ilegalidad no es solo un derecho ciudadano, es nuestra obligación.
No entiendo nada de fútbol, nunca me ha interesado y aún menos ahora, cuando lo veo convertido en un instrumento de manipulación de masas que, desde mi punto de vista, embrutece y aborrega. Quizá por esas razones aún entiendo menos lo que está pasando con la chorrada del beso del presidente de la federación de este deporte a una jugadora de la Selección.
La clase política española continúa reduciendo la importancia de las leyes a base de interpretarlas a la conveniencia de cada partido o, directamente, de no cumplirlas. El esperpento que en estos días nos están mostrando nuestros políticos para formar gobierno es buena muestra de ello.
Resulta evidente que, en estos momentos de nueva Inquisición ideológica en Occidente, lo de cuestionar cualquiera de los dogmas que nos imponen te somete a la pena de los calificativos: negacionista, fascista, xenófobo, homófobo o tantos otros “fobos” con los que la dictatorial minoría “progresista” condena a la reprobación social a quien desde la mayoría cobarde ose cuestionar algún dogma.
Alguna vez he comentado que nunca he olvidado lo que leí en los años ochenta en un letrero que colgaba en la pared del despacho de un desatacado líder político nacional: “Muéstrame a un político que diga la verdad y te mostraré a alguien que no quiere ser elegido”. Una máxima que tuneé hace unos años adaptándola al endémico problema de la sostenibilidad de las pensiones.
La izquierda autocalificada como “progresista”, especialmente el PSOE y Sumar, sigue empeñada en no aprender de sus errores y continua haciéndole la campaña electoral a Vox a base de dirigir constantes descalificaciones al partido de Abascal y de insultar a sus más de 3,6 millones de votantes (elecciones generales 2019).