Muchos nos hemos preguntado en más de una ocasión cómo los alemanes apoyaron el ascenso de Adolfo Hitler, cómo no vieron el enorme peligro que representaba que un megalómano desequilibrado detentara el poder de modo absoluto, sin el más mínimo mecanismo de control o contención.
Ahora ya sabemos el cómo. Hitler nunca ocultó su intención de invadir Austria y buena parte de Polonia, cosa que hizo en cuanto llegó al Reichstag provocando así la II Guerra Mundial.
Vladímir Putin ha repetido el modelo con una vehemencia expansionista en Georgia, Bielorrusia y desde luego en Ucrania.
Ahora vemos que Donald Trump ocupa la Casa Blanca con un amplio apoyo electoral a pesar de que ha manifestado expresa y reiteradamente su intención de anexionarse Canadá, invadir Groenlandia y ocupar el Canal de Panamá. Eso sin mencionar su afirmación de que Estados Unidos no va a comprar Gaza sino a quedarse con ella sin más para la sandez del proyecto turístico que quiere construir en la Franja previa expulsión de los dos millones de palestinos que viven allí.
Ver en los telediarios esos cientos de miles de palestinos caminando con lo que podían llevar con ellos bajo la amenaza israelí de morir si permanecían en sus casas recordaba bastante a las imágenes de aquellos miles de judíos dirigiéndose hacia su muerte vigilados por unos cuantos soldados alemanes. Ironías del destino.
Las coincidencias asustan, sobre todo cuando vemos que en los tres casos, Europa hizo justamente eso, asustarse, facilitando así el fatal desenlace en 1939, más recientemente repitió el error en Ucrania y, finalmente, soportando ahora dócilmente las fanfarronadas y desprecios del presidente norteamericano.
Sin embargo, estos tres personajes han sido únicamente la consecuencia de la torpeza y de la corrupción de líderes elegidos por aquellos que nos preguntamos cómo ha sido posible cuando ya es inevitable.
Hitler llegó al poder ilusionando a una Alemania deprimida y humillada por el Tratado de Versalles que puso fin a la I Guerra Mundial. Putin ha hecho lo propio vendiendo el sueño de recuperar la gran Rusia, una mezcla de fantasía megalómana entre la URSS y la Rusia zarista que acabaría con esa caída en picado que sufre el país desde la descomposición soviética.
Donald Trump es el producto inevitable de lo mismo, de la desesperanza de un ciudadano medio norteamericano gobernado por dirigentes que no han sido capaces de procurarle una vida mejor.
En Europa no escapamos a un problema que se extiende como el covid en sus primeros meses, gracias a gobernantes ineptos y corruptos que solo saben advertir del peligrosol ascenso de una "extrema derecha" que, en realidad, es solo la respuesta de pueblos que cada vez viven peor en todos los aspectos, incluyendo en derechos y libertades. Es cierto que aquí aún no ha surgido un nuevo Napoleón, pero si insistimos en volver a cometer los mismos errores, surgirá.
Y cuando llegue el momento en que uno de estos megalómanos desequilibrados abra las puertas del infierno, como ya lo hizo Adolf Hitler, nos preguntaremos de nuevo cómo ha podido pasar.
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