Como era previsible, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, no parece tener un plan concreto para ese rearme exprés al que Europa quiere someter a sus fuerzas armadas. Al menos esa ha sido la conclusión común que han sacado la mayor parte de los grupos parlamentarios tras el breve encuentro mantenido con el presidente esta semana.
Sin embargo, no se puede culpar a Sánchez de no hacer lo que no se puede hacer. Nadie puede preparar un programa de rearme tan amplio en tan poco tiempo, aún menos como, caso de nuestro presidente, no tiene ni idea sobre el tema y, por supuesto, no se le ha ocurrido pedir consejo a los que saben de esto, que son los militares.
El presidente no es culpable de ignorancia en la materia, sino de arrogancia, su pecado más habitual, al convocar reuniones en las que no informa de nada pretendiendo que la otra parte le de la razón y su apoyo porque sí.
En realidad, por lo visto hasta el momento parece que Pedro Sánchez quiere lo de siempre, que le dejen hacer lo que le dé la gana sin rechistar, cosa que, obviamente, no va suceder.
Además, el problema principal, que es el que preocupa a las autoridades europeas, no es de dónde sacar el dinero sino cómo gastarlo y en qué. Y eso precisa de muchísimo tiempo de planificación. Qué Ursula von der Leyen reúna a los Veintisiete para determinar cuánto se va a gastar en defensa, no significa que sepa en qué gastarlo. De hecho ninguno de los allí reunidos tenía ni idea al respecto. Por el contrario sólo pensaban cuánto de esos 800.000 millones de euros que hay que gastar va a ir a empresas de sus respectivos países, cuando nuestro primer déficit no es de recursos materiales sino humanos.
Lo primero que debería hacer el presidente es utilizar por una vez el Centro de Investigaciones Sociológicas para algo más que darse coba y hacer un estudio serio para determinar cuántos jóvenes, de los de hoy, están dispuestos a dejarse matar o mutilar por su país en una guerra. Y sin poder usar el móvil, ni subirlo a Tik Tok. Nos íbamos a llevar una enorme sorpresa.
Y la confianza en la inmigración en la que demasiados políticos depositan demasiadas esperanzas, ni es suficiente para cubrir nuestras necesidades en defensa, ni es fiable como fuerza de combate, al menos en gran parte.
Para muchos extranjeros, el servir en nuestras Fuerzas Armadas es solo un medio de ganar la nacionalidad a la vez que aprenden un trabajo y perciben un salario. De ahí a estar dispuestos a jugarse la vida luchando contra los rusos hay un mundo, un abismo en realidad.
Aún menos fiable es nuestro flanco sur, que es nuestro auténtico problema y no Rusia, donde la cantidad de militares de origen magrebí en nuestras filas nos debería invitar a ser mucho más prudentes a la hora de elegir a quién le vamos a dar un arma, principalmente en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla.
Parece una torpeza de libro de texto pretender que defiendan nuestro país gente que no es de aquí y que no lo ha hecho por su propio país de origen, que abandonaron para buscarse una vida mejor. Obviamente, tienen derecho a hacerlo, pero pretender que den la vida por nosotros es estúpido.
Nuestro problema no es el número de armas sino a quién entregárselas para que combatan. Y, si es posible, a nuestro favor.
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