Con la ofensiva israelí sobre Gaza se ha vuelto a cuestionar la capacidad de las Naciones Unidas para hacer su trabajo. En España hasta ministros del Gobierno se han referido al “fracaso” de esta organización a la hora de resolver el conflicto. El problema, sin embargo, no está en la ONU.
El problema somos nosotros, los países miembros, aunque unos más que otros.
Al igual que en el fútbol, en este planeta, y por tanto también en la ONU, hay tres tipos de naciones, las de primera, las de segunda y las de tercera división.
Los países de primera son los más poderosos y también el grupo menos numeroso. Además son lo que, por su peso político, económico y militar, se pueden permitir el lujo de saltarse la legalidad internacional cuando les da la gana. Históricamente, el Consejo de Seguridad de la Organización, con su privilegiado derecho de veto, estaba compuesto por esa oligarquía de Estados “de primera” como miembros permanentes. Actualmente la cosa se ha desdibujado porque algunos de esos países siguen sin formar parte del Consejo de Seguridad a pesar de jugar en primera, Israel es uno de ellos.
La ONU obtiene su peso político, influencia y razón de ser de la concesión de soberanía que los Estados miembros hacen al someterse voluntariamente al estatuto y a la autoridad de Naciones Unidas. Si luego violan su propio criterio saltándose a la Organización cuando les apetece, lo que no tiene sentido es que pertenezcan a ella. Israel lo viene haciendo en Gaza desde hace décadas, amparada además por la protección de Estados Unidos en el Consejo de Seguridad. Precisamente Estados Unidos, el número 1 de los países de primera, es el campeón de liga saltándose la legalidad internacional y a la ONU, seguido de China y de Rusia muy de cerca.
En la segunda división jugamos nosotros, los equipos de medio pelo, que nos ponemos muy dignos en la defensa del ordenamiento internacional porque somos conscientes de que no tenemos peso suficiente para que nos consientan ningunear a Naciones Unidas.
En tercera división, el amplio grupo de países menos poderosos e influyentes, principalmente africanos y algunos más, son el balón del partido. Reciben todas las patadas de los demás equipos y hasta la misma ONU se crece ante ellos exigiéndoles un cumplimiento estricto de las normas internacionales y desplegando a los cascos azules en sus territorios para restablecer la paz y el orden que normalmente han puesto patas arriba los equipos de primera.
Porque, a diferencia de lo que sucede en fútbol, si hay algo que los equipos de primera división tienen claro en esta liga es que los partidos nunca hay que jugarlos en casa sino lo más lejos posible.
Por lo demás, este juego se parece mucho al fútbol, en uno se cuentan goles y en el otro cadáveres. En Gaza ya van 25.000 a 1.200.
Y en medio de todo este despropósito, como árbitro, un secretario general de la ONU al que no le han dado ni silbato.
La culpa no es de la ONU.
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