Lamentamos discrepar pero no es así. Todo lo que están diciendo los gobernantes y los grandes medios de comunicación sobre la seguridad de la polémica vacuna de AstraZeneca no es verdad. Lo que significa que es mentira. De la misma forma, todas las agencias sanitarias han informado sobre el tema ofreciendo una garantía condicionada.
El tema de la autorización de las vacunas contra el dichoso coronavirus ha girado desde el principio alrededor de tres ejes peligrosos: la urgente necesidad de inventar un fármaco que satisfaga intereses políticos nacionales, sea utilizable como arma de presión geopolítica y diplomática, y colme también expectativas económicas multimillonarias para determinadas empresas e inversores. Si, conseguido todo eso, además cura, mejor que mejor.
Animamos a cualquiera a leerse los sorprendentemente escuetos informes de las diferentes agencias nacionales e internacionales de seguridad sanitaria sobre la mencionada vacuna, para que puedan comprobar que todas las aseveraciones sobre su seguridad aparecen sometidas a las formas condicionales de redacción de cualquier texto.
Expresiones del tipo de “no hay datos suficientes que confirmen esto, pero tampoco puede descartarse aquello otro”, “podría suceder pero no está suficientemente probado”, “es raro que suceda pero no es descartable” o, nuestro preferido, “en principio”.
Ninguno de los informes de estas agencias afirma taxativamente y sin atisbo de duda que no existe relación causa-efecto entre la vacunación con esa marca y los efectos letales producidos. Lógico por otro lado; hacer tal afirmación apuntaría al firmante como directamente responsable, incluso penalmente, de los efectos que “pudieran” producirse. Porque, por muy raros y puntuales que resulten, siempre fastidia cuando es a uno al que, “puntualmente”, le toca palmar.
Desde que comenzó, la pandemia ha sido vendida por los gobernantes a sus poblaciones con medias verdades, con informaciones incompletas, deliberadamente sesgadas, plagadas de giros sintácticos y léxicos, con el fin de hacer llegar a la gente una información tan confusa como abundante que lograra aburrir a un ciudadano ya de por sí poco acostumbrado al ejercicio intelectual.
Y ha funcionado, sigue aumentando a buen ritmo el tanto por ciento de población dispuesta asumir su papel de cobaya, como bien dijo la ahora denostada Victoria Abril, rendidos a la evidencia de que “si no puedes luchar contra ellos, únete a ellos”.
Al final, hasta los que más desconfiamos de todo tipo de poder, nos vacunaremos, con AstraZeneca o con la que decidan ponernos. Sencillamente porque nos obligarán.
La ilegalidad en el ejercicio del poder, el uso de instrumentos inconstitucionales, como el pasaporte sanitario o las prohibiciones a las libertades si no aceptas vacunarte, el chantaje al ciudadano en definitiva, es el modo en que la vacunación se convierte en “voluntaria”, sí o sí.
Acabar con gran parte de los derechos fundamentales de las personas ha sido el segundo gran “efecto secundario” de las vacunas. Hasta el momento.
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