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Martes, 11 de Febrero de 2025

Lo más seguro es que gran parte del mundo esté esperando a que Donald Trump finalmente de un gran golpe de efecto, otro, y diga desde el Despacho Oval que todo era una broma, que se ha quedado con nosotros.

¿Quién iba a decir en serio que hay que deportar a más de dos millones de personas, que quiere comprar Groenlandia o que va a quedarse porque sí con el Canal de Panamá? Tiene que ser así porque de estar hablando en serio significaría que el nuevo presidente de los Estados Unidos no está capacitado para ejercer el cargo.

Es cierto que en su forma de entablar negociaciones suele utilizar esa táctica que en la Teoría de Juegos es conocida como “Torito”. La idea es salir al ruedo corneando al aire con furia para que la otra parte se amilane y comience las conversaciones en posición de debilidad. Sin embargo esta teoría matemática es solo eso, una teoría y no una ciencia exacta, no puede aplicarse como una infalible “biblia” de la negociación. De hecho, en no pocas ocasiones no produce los resultados esperados por una sencilla razón: somos humanos, no siempre actuamos movidos por la lógica.

La disparatada idea de realizar una limpieza étnica total en la Franja de Gaza con la deportación de sus más de dos millones de habitantes a terceros países que ni pueden ni quieren recibirlos, muestra que Donald Trump tiene un conocimiento incompleto de la Teoría de Juegos y ha olvidado que ésta se complementa con otros muchos tratados clásicos de táctica y de estrategia. Al presidente le habría venido bien leer a Von Clausewitz y sobre todo a Sun Tzu, cuando en su conocida obra “El Arte de la Guerra” recomienda evitar siempre enfrentarse a un enemigo que no tiene nada que perder. La situación de la población palestina recuerda mucho a este supuesto.

Trump le ha vuelto a hacer un favor a todos los movimientos integristas islamistas al aparecer en la Casa Blanca con un sonriente Benjamín Netanyahu para exponer ese proyecto, que parece una tomadura de pelo, consistente en expulsar a los palestinos de su tierra, reconstruir la devastada Gaza y convertirla en un destino turístico para gente adinerada. Y todo ello lo exponía ante la prensa junto al hombre que ha reducido la Franja a escombros utilizando armamento americano. Sin duda la mejor campaña para animar a los jóvenes musulmanes a convertirse en “mártires” y odiar aún más a los Estados Unidos.

Evidentemente el plan, además de ser totalmente ilegal e irrealizable, es una tontería simplona que no ha pasado por el filtro de ningún asesor presidencial que sepa de lo que está hablando o que, al menos, tenga algo de sentido común.

Olvidándonos de que el plan supondría el incumplimiento de un buen puñado de normas internacionales, además sería imposible de ejecutar, una operación de limpieza étnica de más de dos millones de personas es poco viable incluso contando con la colaboración de los deportados; imaginen lo que supondría en un entorno hostil como es el de Gaza.

Además, Estados Unidos e Israel no tienen a dónde trasladar a esos dos millones de deportados. Ningún país vecino tiene capacidad para absorber esa cantidad de población y otras ideas como la del titular de Exteriores israelí de enviar palestinos a España, Dinamarca o Irlanda, no merecen comentario alguno.

Sin embargo, dejando a un lado la ilegalidad del proyecto e incluso la imposibilidad de realizar ese movimiento de población, queda la tercera y gran incógnita de la peregrina idea de Donald Trump: la de construir el destino turístico de lujo bajo el constante asedio de todas las milicias palestinas y de otros países musulmanes de la zona, que tratarán de impedir por todos los medios que se coloque un solo ladrillo en su territorio. Desde luego, el metro cuadrado construido iba a salir caro, sobre todo en sangre.

Y aún consiguiendo todo lo anterior, quién iba a pasar sus vacaciones allí, con programas de ocio que incluirían atentado yihadista en la zona de la piscina y ataque de Hamás antes de la cena.

Teniendo en cuenta que la deportación de toda la población de Palestina no es posible, la duda que sí queda es si Donald Trump es consciente de ello.


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