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Jueves, 12 de Diciembre de 2024

Estamos conteniendo la respiración por el futuro inmediato de Siria. Aunque el líder de los rebeldes, Abu Mohammed Al-Jolani, intenta convencernos de que ya no es el yihadista radical de su juventud, y que tiene en mente una transición pacífica y sin estridencias, los occidentales observamos con bastante escepticismo lo que cada día sucede en Damasco.

La experiencia nos dice que en Oriente Medio nunca ha dado resultado lo de meter en una coctelera un montón de grupos integristas y algunos seculares, como los kurdos, para formar una alianza de oportunidad y luchar juntos contra un enemigo común.

Resulta difícil creer que semejante amalgama de combatientes sean capaces de mantener en el tiempo un acuerdo para la reconstrucción y puesta en marcha del país. Estamos hablando de una paz de compromiso que deberá durar años, probablemente décadas.

Y en base a los antecedentes de los que disponemos, la hipótesis más solida es que, tras un breve tiempo de convivencia, los rebeldes empiecen a pelearse entre ellos por el reparto del poder, de la influencia, de los recursos y hasta de los beneficios que procurará lo de controlar un país, lo que nos acercaría peligrosamente a una nueva guerra civil y a otro Estado fallido que seguirá irradiando inseguridad a la región.

De hecho, los israelíes, que se pasan la legalidad internacional por sus partes nobles cuando les conviene, ya han ocupado parte de Siria, además de bombardear instalaciones y recursos del fracasado Ejército sirio en previsión de que se cumpla lo esperado y acaben combatiendo contra yihadistas de todo pelaje si fracasa, o cuando fracase, la coalición de rebeldes.

La verdad es que resulta difícil creer en la “conversión” de  Abu Mohammed Al-Jolani, que ha militado toda su vida en los más radicales grupos islamistas, incluido el ISIS y Al Qaeda, hasta el punto de crear uno de los más importantes, el Frente Al-Nusra, también luchó contra los norteamericanos en Irak y pasó por la cárcel de Abu Graib. Que ahora se presente como un moderado dispuesto a respetar el puzzle de confesiones que caracteriza a Siria, provoca sospechas.

Y para sembrar de más incertidumbre el futuro del país, hay dos bases militares rusas, la de Tartus y Jmeimim, y mil soldados de los EEUU en zonas cercanas a la frontera iraquí, más los turcos que, de cuando en cuando, hacen incursiones de castigo contra los kurdos en Siria.

En resumen, un cóctel perfecto para que todo salga mal.

En estas circunstancias es muy poco probable que la convivencia entre grupos rebeldes que propone Al-Jolani sea viable o que el nuevo régimen no termine inclinándose hacia el integrismo, como pasó con los talibanes en Afganistan, cuyas promesas de moderación y apertura acabaron en semanas en una nueva edición de gobierno islamista, aún más radical que la anterior.

De salir todo tan mal como parece que saldrá, la hipótesis de futuro más lógica es la de que el grupo rebelde más poderoso o más cruel se imponga tras matar a todos sus antiguos aliados.

En poco tiempo veremos si hemos vuelto a repetir el error de Irak o de Libia al descabezar a un régimen sin tener alternativa de repuesto.


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