Sorprende que todos los partidos europeos que cada día nos advierten de que “viene la extrema derecha” nunca hayan querido preguntarse por qué “viene la extrema derecha” y, curiosamente, su negativa a aceptar las decisiones de los votantes que no les agradan les acerca cada día más a los mismos regímenes dictatoriales que aseguran combatir.
La negativa a aceptar la decisión del voto nos ha conducido al panorama de una democracia limitada en la que se respetan los resultados electorales siempre que la gente vote a los partidos a los que no quiere votar.
Tras el éxito de Le Pen en las elecciones francesas, los buenos resultados de Alternativa para Alemania (partido al que los oligarcas que se reparten el poder en Europa insisten en calificar de extrema derecha) en Turingia y Sajonia, y los previsibles buenos resultados que obtendrá la derecha austriaca en las elecciones que se están celebrando este domingo, esa oligarquía política que se niega a aceptar la decisión ciudadana plantea como alternativa unir sus esfuerzos para colocar “cordones sanitarios” alrededor de las formaciones que han sido las más votadas o que se encuentran en posición de formar gobiernos de coalición, para evitar así que accedan al poder que le han otorgado los votos.
Lo mejor de todo es que, esos partidos que se jactan de ser moderados y respetuosos con el Estado de Derecho, son los que utilizan estas estrategias antidemocráticas para evitar respetar las decisiones mayoritarias de los ciudadanos, llegando a situaciones tan esperpénticas como las asociaciones entre partidos de extrema izquierda y conservadores para no entregar el poder a quien corresponde. Más paradójico resulta aún en nuestro país, donde todas las formaciones que se autocalifican como progresistas y demócratas, empezando por el PSOE, se niegan a cualquier acuerdo con Vox, partido constitucionalista y perfectamente legal, mientras forman coaliciones de Gobierno sin rubor alguno con formaciones ilegales -los partidos secesionistas, por perseguir objetivos contrarios a la Constitución, son ilegales ab initio-.
Y en esta democracia limitada, en la que solo caben todos aquellos que piensen y voten lo que "deben" pensar y votar, los oligarcas que se alternan en el poder ajustan las normas limitando también la calidad de los derechos de aquellos ciudadanos que se empeñen en ejercer libremente su derecho de sufragio.
Porque el problema que subyace a la negativa a aceptar que lo que ellos llaman “extrema derecha”, que no lo es, está creciendo es el hecho de que esos partidos “democráticos” no creen que el voto de todos los individuos valga lo mismo. Por esta razón degradan el sufragio de aquellos que se atreven a no votar a los oligarcas de siempre, utilizando tácticas antidemocráticas, como los cordones sanitarios, para impedir que los gobiernos se formen según el resultado que arrojen las urnas.
Básicamente es un problema de miedo, los partidos que participan en estas prácticas, la mayoría de los cuales se consideran, incluso se creen, “progresistas”, temen a las decisiones de un pueblo al que, en realidad, no consideran soberano.
En nuestra democracia limitada, lógicamente, el derecho de sufragio también lo está y solo es aceptado cuando se pronuncia apoyando a esos mismos partidos que les privan de una de sus libertades fundamentales.
El principio a aplicar en la “democracia limitada” no priva al ciudadano de su derecho al voto, solo anula fácticamente el resultado de aquellos sufragios que no gustan a quienes se reparten el poder.
Por esta razón no es de recibo indignarnos tantos con dictadores como Nicolás Maduro, Vladímir Putin o Kim Jong Un, al menos ellos tienen el valor de no intentar barnizarlo con el zafio argumento de que no respetan la democracia para proteger la democracia.
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