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Miércoles, 11 de Septiembre de 2024
Por Fernando Madariaga

Empieza a preocupar la creciente deriva autocrática del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cuando ya llega a declarar públicamente en un acto de partido que está dispuesto a seguir gobernando incluso si no cuenta con el apoyo del poder Legislativo, de las Cámaras en definitiva, lo que es una definición de libro de texto de golpe de Estado.

Hasta sus socios de gobierno alzaron la ceja cuando Sánchez se mostró dispuesto a continuar al frente de un Ejecutivo sin contar con un apoyo mayoritario en el Congreso, que sería obviamente ilegítimo; y nadie cree que a estas alturas las Fuerzas Armadas vayan a apoyar la megalomanía de un dictadorcillo. Y también es de libro que un golpe de Estado sin el apoyo de las armas no puede triunfar.

Sin embargo, es inquietante la tranquilidad con la que los partidos con representación parlamentaria, las altas instituciones del Estado, Bruselas, la OTAN y hasta nuestro rey, se han tomado la amenaza del presidente del Gobierno, respondiendo únicamente con algunos comentarios en el Hemiciclo y en los medios de comunicación, como si se hubiera tratado de otra salida de tono poco meditada: las cosas de Pedro, ya saben.

Pero rodeado por los suyos en Ferraz y en uno de sus larguísimos y repetitivos discursos en los que nos cuenta de una España en la que solo vive él y sus acólitos, Sánchez no pareció dejar caer el comentario por azar sino, por el contrario, de una forma muy meditada a modo de sonda para ver la respuesta social que producía.

Ello en un entorno y en unos días en los que ya hasta cargos oficiales califican abiertamente a nuestro país como un “Estado federal”, intentado crear una realidad fáctica que, aunque inconstitucional, sea aceptada tácitamente por la dócil sociedad española. El PSOE de Sánchez, que no es el PSOE de verdad, casi ha convertido el silencio de los corderos en una forma alternativa de ejercicio del derecho de sufragio.

A estos crecientes síntomas de satrapía se suma la forma de gobernar desde esa total arrogancia en la que el presidente pide el apoyo parlamentario a iniciativas legislativas que nadie conoce y que desde el Gobierno no explican. El cupo catalán es la última muestra de ello, cuando hasta presidentes autonómicos socialistas critican a Sánchez que oculte lo que ha firmado.

La “discreción” en las negociaciones a la que tanto se refieren los ministros es, en realidad, ocultación para concluir en tomas de decisiones que solo cuentan con el apoyo de esa oligarquía que disfruta de los privilegios que reporta este nuevo régimen.

El resultado natural de gobernar de espaldas a los españoles ha dado lugar, inevitablemente, a la creación de un cuerpo legal vastísimo, farragoso, confuso y repleto de errores técnicos, de escasa o nula aplicabilidad, amparándose el Gobierno bajo la forma del real decreto para evitar el control parlamentario y lograr un sistema legal que parece querer emular al de la Venezuela de Nicolás Maduro.

Aunque resulte contradictorio, los acontecimientos nos obligan a aceptar que Pedro Sánchez ha alcanzado un destacado grado de “Madurez”.

También ahora cobra sentido el empecinamiento del presidente por sacar el cuerpo del general Franco del Valle de los Caídos. Se trataba de dejar el hueco libre para el futuro.


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