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Un burka invisible

Opinión

Martes, 30 de Julio de 2024
Por Fernando Madariaga

Mirando el panorama que ofrece la actualidad tanto nacional como internacional, parece que la democracia, el modelo de Estado de Derecho y el mismo neoliberalismo que rige las economías occidentales continúan ese proceso de descomposición que invita a pensar en un cambio de modelo.

Porque, aún a riesgo de que este Gobierno “progresista” me imponga un auto de fe por admitir lo obvio, lo cierto es que España no es una democracia. Quizá lo fue en aquellos primeros años tras la muerte del general Franco, cuando los recién creados partidos políticos no se habían convertido aún en parte del problema, cuando en España no existían las empresas del Ibex, ni los fondos de inversión, ni una poderosa banca ante la que el poder político inclina la cabeza, lo que convertía la corrupción en un delito casi imposible.

Recuerdo la década de los 80, personalmente creo que la única desde la Transición donde saboreamos algo de democracia y de libertad; no es por casualidad que sea probablemente el periodo de creatividad artística más brillante de nuestra experiencia democrática. En aquellos años, España paría jóvenes intelectuales y artistas, brillantes, disconformes y combativos, ahora parimos futbolistas.

Desde entonces la depauperación de nuestra democracia, de nuestro sistema político, se ha ido intensificando, recordando el efecto de la bola que empieza a rodar lentamente cuesta abajo y va cogiendo velocidad a medida que la pendiente se acentúa. Salvo para aquellos que se niegan a ver lo obvio, es evidente que nuestro país, Europa y Occidente son cada vez menos libres.

Los dogmas del neoliberalismo que cumplen con sagrada devoción los representantes del poder económico, han sometido las libertades y los derechos que dimanaban de esas democracias que se revitalizaron tras las Segunda Guerra Mundial y a las que algunos nos incorporamos tarde.

En la "nueva democracia" los partidos políticos han vuelto a la figura del líder unipersonal, al que se ha de prestar ciega obediencia a riesgo de acabar siendo repudiado por tus propios compañeros. El miedo a decepcionar al líder y a su ira, llevan a la militancia a aceptar tácitamente esa “omertá”, la ley del silencio mafiosa para evitar la venganza.

Los gobernantes, todos sin excepción, se autocalifican, con sospechosa reiteración, como demócratas y progresistas, aprueban numerosas normas concediendo derechos falsos, vacíos o irreales a unos ciudadanos que no confían en absoluto de sus representantes.

Solo como ejemplo, en nuestro caso las subidas del Salario Mínimo Interprofesional se han traducido en otra pérdida de poder adquisitivo para los económicamente vulnerables a través de una inflación artificial inventada por los todopoderosos de la economía que, además, se han hecho aún más ricos a base de seguir subiendo los precios de recursos y servicios básicos, convirtiendo en una maldición para las familias lo que se supone que era una mejora en los derechos laborales.

Los gobernantes, recuerden, todos ellos grandes demócratas, utilizan su capacidad legislativa como herramienta de represión en la que se “enseña” al ciudadano díscolo cómo debe vivir. Al qué no puede hacer el individuo el dirigente suma ahora lo que no puede pensar, sentir, querer, opinar o soñar. La libertad en sí misma queda reducida a un burka invisible que cubre a cada uno con un velo que silencia el libre albedrío.

Las democracias occidentales caen a pedazos a tal velocidad que ya no nos sorprende que ministros acusen de prevaricación a jueces, que un presidente se asocie con delincuentes para gobernar o que deje impunes sus delitos para mantener su papel de “amado líder”. Aceptamos como una realidad inevitable que un fiscal general del Estado no cumpla las decisiones del Tribunal Supremo, que nuestro presidente se querelle contra un juez por pura arrogancia, porque no le gusta que investiguen a su mujer, o que tome decisiones de Estado sometido al chantaje de una potencia extranjera. Y son solo algunos indicios de esa descomposición que, como ya he dicho antes, afecta a todo Occidente, desde una Europa en la que los presidentes del Consejo Europeo, de la Comisión Europea y del Parlamento Europeo no son elegidos por los ciudadanos, hasta un presidente de la mayor potencia del mundo evidentemente incapacitado mientras su oponente electoral es un perseguido de la justicia de su propio país

Volviendo a nuestro patio, quizá el proceso de descomposición de la democracia española comenzó el mismo día en que acabó la dictadura, una consecuencia inevitable tanto de la Historia como de la vida, al fin y al cabo empezamos a caminar hacia la muerte el mismo día que nacemos. Si le ha sucedido a todos los imperios de la Historia, ¿por qué nuestro pequeño reino iba a ser diferente?


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