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Domingo, 21 de Julio de 2024
Por Fernando Madariaga

Aunque es cierto que resulta preocupante la intensificación de la deriva absolutista del presidente del Gobierno con el lanzamiento esta semana de esa boya-sonda parlamentaria para averiguar si sus socios le apoyan en su intención de censurar por ley a la prensa que no considera “amiga”, también deja al descubierto su creciente debilidad para seguir en La Moncloa.

No sé si por aquello de que las ratas son las más prestas a la hora de abandonar el barco que se hunde, las primeras objeciones a su intención de controlar los medios de comunicación al estilo soviético clásico para evitar cualquier crítica, las han realizado precisamente sus socios de gobierno. Probablemente, conscientes de que, como siempre ha pasado con los dictadores, sus intereses pueden cambiar en el futuro y esa censura puede volverse contra ellos.

La mayor parte de la gente que conozco considera escandaloso y preocupante que el Gobierno de nuestro país, en el año 2024, esté buscando la manera de censurar a aquellos medios de comunicación que no publiquen lo que el presidente quiere. Porque no es el Gobierno el que pretende aplicar una censura que no vimos ni con Francisco Franco, es Pedro Sánchez el que intenta hacerlo solo porque le afecta personalmente a él. De hecho la iniciativa presidencial de chantajear a la prensa privándola de la publicidad institucional solo ha surgido cuando la mitad de su familia está bajo sospecha.

La reiterada torpeza de que su mujer llegue a los juzgados protegida como si fuera un jefe de Estado, sin ostentar cargo público alguno, para evitar a la prensa, es indicio, para mí más que suficiente, de que Sánchez se considera ciudadano de mejor derecho, un "primus inter pares" para el que el resto de los ciudadanos vamos después.

Sin embargo, veo esa deriva absolutista del presidente sin el fatalismo de las opiniones que voy recabando entre mi pequeño círculo social.

Echando un vistazo a la historia podemos comprobar que cuanto más perdidos han estado los dictadores, más despóticos se convierten, más aislados están, más enemigos acumulan y, sobre todo, más errores cometen.

Pedro Sánchez ha comenzado ese proceso de descomposición y, al igual que Roma, se quema. Es cierto no obstante que Roma no cayó en dos telediarios y que el proceso para acabar con este régimen no será corto. De hecho, el actual Gobierno aún le hará mucho daño a este país antes de su autodestrucción, pues aquellos que piensen que los meapilas del PP con el melifluo de Feijóo al frente pueden contribuir a su caída, se equivocan. Sánchez, como todos los dictadores de la historia, caerá por sí solo porque el poder absoluto corrompe absolutamente, como adelantó acertadamente en el siglo XIX John Edward Emerich Dalkberg Acton, conocido como​ Lord Acton entre los amiguetes.

Ya no me preocupa -hace unos meses sí, lo reconozco- que el presidente haya corrompido al Tribunal Constitucional para que la corrupción política quede impune, ni que tenga descaradamente al fiscal general del Estado a su servicio, ni que pretenda volver a una censura mediática que convierta al No-Do en un ejemplo de libertad de expresión. No me preocupa que nuestro Gobierno se salte la Constitución a diario, ni que muchas de sus decisiones rocen o caigan flagrantemente en la traición.

En lo que sí pienso es en cómo los españoles recuperaremos la confianza en nuestras instituciones después de todo esto. Ése es el daño a larguísimo plazo que heredaremos de Pedro Sánchez.


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