Viendo en el telediario que si cuatro amiguetes se ponen de acuerdo y se declaran colectivo necesitado de especial protección pueden solicitar subvenciones públicas, me he dado cuenta de que yo soy una víctima de casi todo, un multimaltratado necesitado de una generosa protección pública cuantificable en euros y desgravable.
Milton
Bien, este es uno de esos momentos en los que los padres necesitan a un profesional ante la vuelta al cole de los más pequeños. No se preocupen, estoy aquí para ayudar y resulta obvio que los que tienen hijos necesitan de mi consejo.
Siempre he creído que a la gente le pesa demasiado eso del final del verano y la vuelta a la normalidad. Sin embargo, con mi habitual optimismo, les animo a ver la botella medio llena y a pensar en los aspectos positivos que tiene este nuevo episodio de nuestra aventura vital.
Pues vaya problema, porque llevo ya varios días con los síntomas propios del covid y ahora, por hacerle caso a los de la pandilla, voy me hago un test y el resultado es como mi triunfo vital, profesional, económico y social: negativo.
A pesar de que hace una década que dejé de cumplir años, la semana pasada fue mi cumpleaños y me di cuenta de que mi pandilla tiene una idea equivocada de mí al detectar en los regalos recibidos que pueden considerarme algo frívolo e incluso hedonista.
Por fin ha venido un técnico a reparar mi televisión después de que hace unos meses se dejaran de ver todas las cadenas de titularidad pública a la vez. Al ver la pantalla en negro, lo primero que pensé lógicamente es que, con el precio al que está el kilovatio/hora, les habían cortado la luz.
Hoy les proporcionaré útiles consejos para luchar contra una de las principales inclemencias meteorológicas propias del verano. Me refiero al calor, no a los turistas.
Traumática madrugada este amanecer en mi gruta de las Tierras Altas, cuando un puñao gaviotas se pusieron a darse palos en la misma puerta de mi casa. Por los dramáticos graznidos, en un principio pensé que se trataba de turistas británicos, hijos de la reina madre todos ellos, que regresaban a sus apartamentos turísticos ilegales.
Días tristes estoy pasando desde que se me ha muerto la mascarilla. La mía, la de toda la vida, mi Fepepe 2 reglamentaria, auténtica made in China, que aguantó más allá de lo imaginable hasta que el peso de todos los coronaviruses acumulados en el filtro pudo con ella y se le rompió una de las gomillas de la oreja.
Hace unos días tuve una experiencia vital tan intensa que aún hoy estoy reflexionando sobre sus consecuencias en ese microcosmos que es siempre la existencia individual. Fue porque me levanté antes de las once de la mañana y creo que esa vivencia me ha convertido en mejor ser humano.