

La gente no entiende por lo que está pasando el presidente del Gobierno porque nunca han sentido el peso del poder, pero los que lo hemos vivido sabemos que es perfectamente comprensible lo de tomarse unos días para reflexionar sobre lo que es importante.
Recuerdo como si fuera ayer cuando salió al mercado la Cruzcampo de un quinto, época en la que yo estaba acostumbrado a bebérmelas de un tercio. En aquellos difíciles momentos me pregunté, ¿es mejor beberse más botellines pequeños o beberse más botellines más grandes? Lo sé, ustedes, que nunca han sentido el peso del carismático liderazgo, pensarán que mejor más y más grande en base a lo que defendían Stalin y Pamela Anderson de que la cantidad, de por sí, tiene cierta calidad. Pues no es tan fácil. Bueno, en el caso de Pamela sí que lo es.
De hecho recuerdo que, como Pedro, yo me retiré unos días a reflexionar, y hasta pensé en irme al exilio. Porque les digo una cosa, con mi look de atormentado poeta ruso, lo del exilio pega mucho más que lo de Puigdemont, que con esos pelos de loca ya uno no sabe si es un secesionista o un cantante de rock. Para mí que Sánchez, además de la amnistía, debería regalarle un pelaíllo en el peluquero de Yolanda Díaz, y que le haga unas mechas para que adquiera ese característico aspecto de "Sumar pijo Majadahonda". Que se puede ser progre, pero no hace falta tener pinta de haberse peleado con el peine.
En fin, pero todo esto es superfluo, porque lo realmente importante es si el exilio redime de la culpa, si coadyuva de forma transversal, resiliente, feminista y en igualdad de género a la causa independentista y, lo que es incluso más determinante, si lo que pretenden los botellines de Cruzcampo no es privar a la caña de toda la vida de su derecho a la autodeterminación, que Carles sabe lo que es eso.
Por eso les digo, que lo de Pedro es duro. A ver ahora cómo decide si botellines o cañas en el Falcon. Difícil. Es el peso del liderazgo.
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