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Lunes, 24 de Mayo de 2021
Por Fernando Madariaga

Efectivamente, alguna fuerza sobrehumana parece forzarnos a repetir los mismos errores una y otra vez a la vista de la ansiosa celeridad con la que los poderes públicos nos están obligando a correr, en esta ocasión, en dirección a la “vuelta a la normalidad” posterior a una pandemia que aún no ha terminado.

Observo con suspicacia -algo de lo que siempre he sido culpable- la lenta pero constante bajada del número de contagios, de fallecidos y de hospitalizados por COVID en prácticamente todo el mundo sin que parezcan existir razones objetivas y lógicas que la expliquen.

Es cierto que la vacunación avanza, pero también lo es que lo hace a un ritmo más lento que la reducción de la incidencia de la enfermedad mientras, proporcionalmente y en sentido inverso, aumentan los desmanes colectivos ante los cuales hasta las Fuerzas de Orden Publico parecen haberse relajado. El último, el lamentable espectáculo ofrecido en Madrid, de nuevo, por los aficionados al fútbol tras haber ganado otro campeonato de no sé qué este fin de semana.

También es verdad que la dinámica de relajación de las medidas sanitarias, que parece una carrera entre países para ver quién desescala más rápido, ha sido iniciada por las administraciones públicas, incluso por las supranacionales, como la Unión Europea o la propia y permanentemente ausente Organización Mundial de la Salud, que se ha replegado al interior de su carísimo caparazón hasta la próxima pandemia. Esperemos que, para entonces, no vuelva a enterarse por la prensa.

Es como si algún contable hubiera estado haciendo números y, de pronto, hubiera descubierto que no nos podemos permitir perder más dinero por esta enfermedad, o que el parón económico que ha devastado a esa inmensa mayoría que no somos económicamente privilegiados, está al límite de empezar a no beneficiar a la minoría que sí lo es.

Como si alguien le hubiera visto las orejas al lobo, o como si quienes se han beneficiado de esta pandemia ya hubieran logrado su objetivo y hubieran dado permiso a los borregos para seguir trabajando, produciendo y pagando. Viviendo en definitiva.

Y buscando esa meta, volvemos a cometer el error de las prisas por llegar a un verano con libertad para viajar por el mundo, con turistas y sin mascarillas que, por cierto y según "los expertos", ya no resultan tan útiles en los exteriores después de que llevamos un año haciendo ricos a algunos listos. Quizá estos "expertos" no son los mismos que recomendaron mascarilla a todas horas y en todos sitios hace muy pocos meses.

Y, por supuesto, la estrella del momento en esta merienda de negros, las vacunas, que parecen tener una milagrosa capacidad para provocar la reversión de la pandemia, o tal vez sea el efecto placebo de saber que las tenemos. O los miles de millones de euros pagados por adelantado para financiar su investigación y desarrollo, a pesar de que ni tan siquiera quienes las han inventado conocen el alcance temporal de su eficacia. ni todos los efectos que puedan llegar a producir.

Que las propias autoridades sanitarias públicas requieran, a los que opten por esa segunda dosis de AstraZeneca, un consentimiento por escrito para eximir de responsabilidad a terceros es como para generar confianza.

Y todo esto manteniendo el discurso de “Mundo Feliz”, con unos gobernantes, empezando por nuestro preocupante presidente del Gobierno, empeñados en colocarse tras sofisticados atriles coronados con un par de micrófonos para escucharse relatando unos siempre "ambiciosos" planes de esto o de lo otro, que no son más que un cúmulo de sandeces irrealizables ajenas a nuestra realidad.

De esta pandemia hay cada vez más cosas que no me quedan claras, entre ellas la de determinar si la Humanidad está siendo víctima de ineptos o si solamente se trata de sinvergüenzas. Creo que prefiero a estos últimos.


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