Asesinar a Ismail Haniyeh ha sido la decisión más eficaz que ha tomado Israel si lo que pretende es no acabar con la guerra en Gaza y, de paso, que el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) asesine a los rehenes que aún retiene.
Evidentemente, las posibilidades de llegar a un acuerdo de paz en las conversaciones que mantienes israelíes y palestinos, que ya eran escasas, se convierten ahora en casi nulas. Además, el hecho de que el líder de Hamás haya sido asesinado en Teherán hace inevitable que los iraníes respondan a la acción israelí, bien directamente con el lanzamiento de misiles sobre el territorio de su enemigo o, lo que es más probable, utilizando al Hezboláh libanés como instrumento de venganza.
Y aún tenemos que añadir a este cóctel de violencia que se avecina, la reacción de Hamás y del mismo pueblo palestino, que probablemente se traducirá en un aumento del número de atentados terroristas contra ciudadanos israelíes.
No queda claro si el primer ministro Benjamín Netanyahu está evitando acabar con los combates en Gaza para no enfrentarse a su futuro judicial y político, o si existe algún otro interés que lleve al Gobierno israelí a entorpecer la posibilidad de ese acuerdo de “paz por rehenes”.
Visto desde fuera, parece que los israelíes buscan algo que no sucederá: la destrucción de Hamás, dando igual a cuántos civiles tengan que matar para lograrlo. De hecho el Ejército de Israel se ha saltado casi todas las leyes de la guerra y eso traerá consecuencias en el futuro.
Además, la imagen de la Resistencia Islámica saldrá reforzada de esta operación de exterminio en la que cada víctima mortal convierte en militantes al resto de la familia superviviente.
Tampoco se entiende el asesinato de Haniyeh cuando era el principal artífice y promotor de las conversaciones para alcanzar ese acuerdo de paz para Gaza, además de representar al ala más moderada del Movimiento.
Y si hay un resultado para las anteriores reflexiones es que cuanto más ha endurecido Israel su respuesta contra las diferentes milicias a las que combate, más fuerte se han hecho sus enemigos. Fue Israel la que animó el surgimiento de Hamás para debilitar a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) hasta conseguir en las elecciones de 2006 que la Resistencia Islámica desbancara a la ANP. Desde entonces el Movimiento comenzó a crecer y a hacerse más fuerte, empezando por su rama militar, la Brigada Ezzedin Al-Qasam, que ha pasado de ser un minúsculo grupo terrorista en los 90 a una fuerza con capacidad operativa suficiente como para cometer atentados de envergadura en suelo israelí, como el del pasado 7 de octubre.
De la misma forma, Irán ha ganado peso en la región, cuanto más ha sido demonizada por Israel y Occidente, más influencia adquiría en el mundo árabe, hasta el punto de desplazar a una Arabia Saudí que hoy parece ensimismada en su multimillonaria frivolidad. Y no es necesario decir cómo ha evolucionado la industria militar iraní en estos últimos años, hasta adquirir la capacidad de fabricar misiles y drones capaces de alcanzar Jerusalén con una precisión aceptable.
En conclusión, la política israelí de ir por el mundo matando a cualquiera que "me mire mal" y, de paso, a los que pasaban por allí, no está dando los resultados esperados ni prometidos por Netanyahu.
De hecho, visto desde fuera, la insistencia del Gobierno israelí en seguir matando gente porque sí parece una torpeza de libro. Salvo, por supuesto, que el Gobierno de Israel no tenga interés en vivir en paz.
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