Inocentes de nosotros, que creíamos que las vacaciones empezaban el fin de semana y que aún quedaban uno o dos días para respirar antes de la avalancha borjamari. Pues nos equivocábamos. Ya están aquí.
Lo sé porque el jueves a última hora fui al supermercado a comprar víveres y pertrechos para el fin de semana. Empecé a sospechar cuando me percaté de que las empleadas llevaban su habitual equipo antidisturbios para épocas turísticas, con el casco y el escudo a juego. Y, sin duda, lo necesitaban porque vi los primeros conatos de pánico en la frutería, cuando varias señoras se golpeaban con calabacines pugnando por el último ramillete de perejil.
Los primeros borjamaris, recién llegados desde el mismo Madrid y alrededores, se agolpaban ante la carnicería clamando por sangre y vísceras, como los zombis de las pelis. De hecho, yo al pasar hice la señal de la cruz con dos barras de pan por si me atacaban.
Había tensión para hacerse con los últimos congelados, incluso entre los nativos, que temerosos de la inminente llegada de las hordas borjamaris, preveían un total desabastecimiento.
Una señora me preguntó si sabía qué pasillo era el de las máscaras antigas. Un niño, que parecía perdido, lloraba desolado junto a los quesos sin lactosa. Por supuesto, me di la vuelta como si no fuera conmigo, que cuando están abandonados se arriman a cualquiera, te dice “papá” con ojitos tiernos y el encargado del súper te obliga a llevártelo a casa, a veces hasta te lo cobran en la caja, y jamás están de oferta. ¿Por qué demonios no harán lo mismo las valkirias exuberantes que están siempre en la zona de verduras comprando lechuguitas y chorradas así?
Varios turistas británicos habían tomado la zona de las cervezas y cargaban frenéticamente botellines y latas en el carrito. Gibraltar ya no les basta, malditos.
En la caja, una señora, que aseguraba ser de Marbella de toda la vida, intentaba asfixiarse cubriéndose la cabeza con una bolsa del mismo súper. Por suerte, no había pagado los cinco céntimos y la cajera la obligó a devolverla.
Los indicios eran claros e inequívocos: están aquí.
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