Mucha gente se cree que lo de tener entre tus propias filas a un traidor es algo que solo le pasa a los del la CIA o el MI5, pero se equivocan. Mi grupo de alegres camaradas de cervecillas, al igual que la mejor novela de Le Carré, tiene sus propios traidores.
Es duro, pero cierto. Porque en el grupo hay normas de honor que son inquebrantables y una de ellas es que jamás, nunca en la vida, se regresa a un bar o restaurante que ha sido marcado con el punto negro (black point) de la postergación en nuestro Cervecillas Map, que es como el Google Map pero de los bares donde las cañas están más baratas en Marbella.
Marcamos con el black point a cualquier establecimiento que sube el precio de la cerveza, no vende marcas españolas, no nos hace descuentos, no nos pone aperitivo y/o donde los camareros no nos hacen la pelota con suficiente entusiasmo. Por supuesto, si la única cerveza de barril que tiene el bar es Heineken, llamamos directamente a la Policía Local, porque el propietario del negocio donde se cometa tal sacrilegio, seguro que oculta algo.
Bien, a lo que íbamos. Pues recientemente uno de los miembros del grupo de alegres camaradas de cervecillas rompió los sagrados votos y regresó a suelo infiel al ir a cenar a un restaurante black point.
Obviamente, tamaña afrenta solo se castiga con la muerte, pero cuando pedí voluntarios para formar el pelotón y proceder al fusilamiento al amanecer, nadie quería levantarse temprano. Por eso, hemos sentenciado al traidor al exilio de la comunidad cervecera como pena sustitutoria, por lo que, hasta que expíe su pecado, solo podrá tomar cerveza sin alcohol o Bitter Kas.
Sabemos que es cruel, no muchos logran la reinserción social, pero si permitimos que el delito quede sin castigo, dentro de cuatro días está el grupo tomando cervecillas ecológicas, con frutas del bosque y mariconadas así. Y de ahí al caos anarquista de comunistas y masones hay dos pasos.
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