Y mis muy alegres camaradas se reían de mí cuando yo les decía que, para hacer ejercicio, no hacía falta correr como cobardes por el Paseo Marítimo.
En muchas ocasiones hasta me han advertido de que, si no hago algo de deporte, me moriré antes. Yo siempre les respondo que a lo mejor pero, al menos, moriré con dignidad y buena presencia, y no con la ropa sudada y en tenis. Es más, si avisaran con tiempo en esto de palmar, hasta iría antes al barbero a que me cortara las puntas para tener el habitual aspecto elegante que me caracteriza durante mi último acto público.
Sin embargo, nada de eso sucederá porque la ciencia acaba de callarles la boca a todos mis críticos al descubrir que beber una copa de vino tinto al día equivale a una hora de ejercicio. No veas, así de pronto, sumando horas de duro ejercicio, acabo de descubrir que soy un gran atleta. Ahora lo que queda es que la barra fija sea calificada como disciplina olímpica, incluyendo por supuesto las diferentes modalidades: acodado en la barra, sentado en taburete y, la clásica, con pose insinuante para atraer a las valkirias que están al fondo. Lo que no tengo claro es si voy a competir con el equipo Rioja o con el Jumilla. Esperaré las ofertas del mercado de invierno.
Y verás el chasco que se van a llevar el brigada Quintanilla y sus intrépidos muchachos cuando me trinquen en el próximo control de alcoholemia pimplando tintorro y pueda aportar pruebas científicas que demuestren que no estoy bebiendo sino haciendo deporte.
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