A veces me sorprendo yo mismo de lo gran persona que soy y lo que para muchos de ustedes nos es más que una trivialidad, para mí es un indicio inequívoco de que, además de buena persona, soy un gran demócrata.
Fíjense que esta misma tarde he ido a la gasolinera a comprar una barra de pan y he tenido la suerte de llevarme la última que quedaba. En ese momento ha llegado un señor -bueno lo mismo no era un señor pero no me gusta parecer clasista- y le pide al empleado de la estación de servicio una baguette. Conociendo el chiste, yo he mirado alrededor buscando a un liberado sindical, sin embargo, al no haber nadie y siendo yo políglota y zurdo, he comprendido que pedía una barra de pan.
La fatalidad del destino ha querido que aún faltaran unos 15 minutos para que las siguientes barras terminaran de hornearse, así que, en mi extrema generosidad, he ofrecido mi pan al desconocido, pensando siempre en aquella cita bíblica que invita a dar de comer al hambriento. No obstante yo prefiero la otra cita que sugiere lo de creced y multiplicaos, a pesar de que las valkirias suelan responder de forma grosera a mi oferta de cumplir tan solemne obligación.
Aún así, he ofrecido mi pan sin importarme si el beneficiado lo iba destinar a la cena de sus hijos cuando, al fin y al cabo, seguro que los niños preferirían tomarse un BigMac con los coleguis y luego irse a atracar una farmacia. Tampoco me ha importado si iba a ofrecer mi pan a su esposa, que seguro que no le quiere y está planteando fugarse con el profesor de tenis, reclamando al juez la mitad del patrimonio, incluido el 50% de mi barra de pan. Ni tan siquiera me he planteado que lo que sobre de la baguette tras la cena termine en la escudilla de la mascota familiar, un perro pequeño de lengua larga que los nenes le pidieron a los Reyes por Navidad. Y los Reyes Magos, que solo piensan en la felicidad de los niños olvidándose de que le va a tocar a papá pringar y pasear al chucho cada noche, van y lo traen.
Y le cuento todo esto al señor de la baguette aún sin tener claro que lo fuera, y a él se le saltan unos lagrimones como puños y me dice que ya no quiere el pan, que lo que quiere es rociarse con gasolina y prenderse fuego. Por supuesto, le doy un abrazo fraternal para animarle, aunque le advierto de que la gasolina se la paga él, que yo ya he hecho bastante el primo con lo del pan. Que una cosa es ser bueno y demócrata y otra que te tomen por gilipollas.
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