Les digo una cosa, cuando los amiguetes se ponen en plan machote a fardar de sus conquistas y de sus múltiples éxitos con variadas y voluptuosas valkirias, me tienta lo de lanzarme al ruedo y relatar detalladamente mi vasta experiencia en la materia, porque a la hora de mentir y de exagerar, a mí no me gana nadie.
Sin embargo, un caballero no habla públicamente sobre las damas con las que ha intimado. Por suerte, no soy un caballero, así que puedo contarles sin ruborizarme que mi éxito con las valkirias es tal que muchas de ellas me han agasajado con suntuosos regalos. Y no solo para agradecerme mis favores carnales, sino también por mi encanto, clase y galantería a la hora de tratarlas.
Recuerdo que una de ellas me regaló una sábana de lana fría Sheridan, de las carísimas. La muy bribona, siempre pensando en lo mismo. Además le hizo dos agujeros para que pudiera ver cuando me cubriera con ella porque, según rezaba su nota de despedida, era el disfraz más indicado para mí en Halloween. Bonito detalle. Yo creo que estaba enamorada.
En otra ocasión, una muy exuberante valkiria, nada más verme y víctima de un súbito arrebato pasional, me propuso intimar. Lo nuestro no duró mucho, pero fue una relación romántica e intensa. Jamás olvidaré aquella encantadora manía que tenía cuando yo, sujetándole la mano, le recitaba algún poema, que eso pone mucho a las gachiles. Y ella, mirándome con dulzura, siempre decía: cariño, tocando es otro precio. En fin, no quiero recordar porque hasta me pongo sentimental.
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