El otro día me estaba tomando una cervecilla en un bar de la Golde Mile cuando me topé con uno de esos ágapes organizados por y para gente guapa, rica, superfahion, feliz y, lógicamente, extranjera.
Porque en este privilegiado barrio hay dos tribus: la de aquellos para los que no existe el final de mes y aún creen que la hipoteca es el nombre de un restaurante de Nueva Andalucía, y la otra tribu, nosotros, los demás que vivimos por aquí.
Al igual que sucede en el cosmos, ocasionalmente se produce un contacto entre cuerpos celestes, y cuando miembros de ambas tribus de la Golden coinciden en un espacio, siempre me ha recordado a cuando un brillante cometa tropieza con un agujero negro.
Y estoy allí, en la terraza de ese bistro, tan chic con su música chill out, pensando que me van a soplar tres euros por la caña cuando por ese precio me compro dos litronas en el Supersol; que es cuando te dices lo de "quién me mandaría a mí...".
Mientras, los miembros de la otra tribu, que vienen todos vestidos de blanco porque se han reunido para celebrar el inicio de la primavera con una carísima cena, están ahí bailando, sujetando sus copas de champán, que en la Golden decimos shampán porque suena a como si hubieses viajado. De cuando en cuando golpean suavemente vasos y copas siguiendo el ridículo ritual del brindis con el que pretenden irradiar al universo su extrema felicidad.
Todos incapaces de cerrar la boca, con esa permanente sonrisa de dientes tan blancos y perfectos, tan Vitaldent, y ellas compiten con sus prótesis mientras mienten descaradamente a las otras hembras de la tribu sobre lo guapísima que están y lo bien que les queda todo.
Y yo allí, dándole vueltas a mi caña de tres euros, sin decidirme a si me la llevo a casa para colocarla sobre el aparador o si revenderla por sorbos a los de mi tribu. Pero aún así soy feliz al saber que los agujeros negros devoran y destruyen estrellas, cometas y cualquier cosa que brille. Y lo digo sin envidia, que yo soy muy feliz.
Ratio: 4.5 / 5
Comentarios potenciados por CComment