No les he contado que en mi nuevo trabajo, me refiero al de verdad y no a este de escribir sandeces, a veces tengo que interactuar con otros seres humanos, lo que me obliga a desplegar mi amplias dotes de comunicador y recuperar el bravío espíritu de aquellos colonizadores que tan injustamente han sido tratados por la Historia solo por diezmar a las poblaciones nativas a golpe de espada.
Porque, lo cierto es que muchos de los humanos que aparecen por aquí son en realidad extranjeros procedentes de ignotos territorios de infieles, a los que trato como lo haría cualquier buen colonizador: primero un acercamiento amigable, ganarse la confianza de los indígenas fingiendo buena fe, por esta razón llevo siempre cuentas y abalorios para intercambiar con aquellos cuyas lenguas no comprendo.
Después, una vez que se creen a salvo y en un entorno no hostil, les cobro precios indecentes por cuantos servicios y productos me demanden, que es como yo, moderno inquisidor, impongo los autos de fe desde que mi abogado me explicó que lo de azotar, quemar o ahorcar a los infieles ya no tiene tan buena prensa como antes. Ya ves tú, si incluso ahora les llaman turistas cuando hace nada no eran más que almas necesitadas de la salvación. Si Francisco Pizarro levantara la cabeza.
No obstante, y aun entendiendo que los tiempos cambian, a veces añoro esa labor colonizadora y evangelizadora que realizaba siempre en verano, cuando con armadura, yelmo y espada en la diestra, clavaba mi estandarte en la orilla de cualquier playa de Marbella declarando públicamente la propiedad sobre esos salvajes territorios en beneficio del Reino de España, reservándome, por supuesto, la concesión de licencia urbanizadora por gracia Real para la construcción en primera línea de playa de ochocientos veintinueve bungalous con plaza de parking y trastero, todo promocionado por Koldo&Bárcenas Real Estate. Un chollo.
A algunos les parecerá una tontería, pero lo cierto es que, en aquellos fugaces momentos, mientras la armadura me asfixiaba bajo el calor de agosto y decenas de turistas me rodeaban para hacerse un selfie conmigo a la vez que las nativas más atrevidas me pedían que les firmara autógrafos en sus ínfimos bikinis, me hacía consciente de lo que habían sentido aquellos bravos colonizadores que engrandecieron el imperio sometiendo a los infieles bajo el acero de su espada, mostrándoles el camino hacia la redención.
Y en aquella playa, a pesar de la adversidad y a las sugerentes nativas semidesnudas que intentaban someter mi entereza como trataran de hacerlo con Hernán Cortés, entre el olor a espeto de sardinas, siempre al grito de "por Castilla. por León y por las barras de Aragón", se adivinaba un inconfundible aroma a victoria.
Los jóvenes de hoy no valoran lo que hacemos los colonizadores.
Ratio: 5 / 5
Votos totales: 5
Comentarios potenciados por CComment