Decepción es la palabra que mejor define mi estado de ánimo tras recibir la tarjeta del Ayuntamiento para poder viajar de gratis en el transporte público.
Ya, de entrada, la ceremonia de entrega en el Ayuntamiento resultó pobre y asaz desagradecida con aquellos que, como yo, hicimos la mili en territorios extrapeninsulares luchando contra el infiel por la grandeza del imperio.
Porque yo fui al Registro de Entrada en el Consistorio a recibir la tarjeta que me había sido concedida ataviado con mi uniforme de gala, como mandan las ordenanzas, y cuál no fue mi sorpresa cuando me encontré con que en la plaza del Ayuntamiento no habían dispuesto una escuadra de gastadores para rendirme honores.
Un gesto poco elegante que acepté con mi habitual talante democrático y ante la imposibilidad de fusilar a nadie.
Pero tampoco sonó el himno nacional cuando atravesé el vestíbulo del edificio municipal a pesar de que yo iba saludando con gracia regia en una imagen que recordaba lejanamente a cuando el caudillo aparecía en el No-Do inaugurando un pantano.
Al final la ceremonia se resumió en una simple firma sobre un papel ante una funcionaria que tampoco me permitió dar el discurso que había preparado. De hecho, cuando vio los 68 folios que llevaba me dijo que si se me ocurría abrir la boca llamaba a los municipales. Por fin, pensé yo, habrá uniformes en esta solemne ceremonia castrense, pero antes de que llegara la compañía de honores me echaron a la calle.
No me importó. Lo único relevante es que poseía mi nueva tarjeta para utilizar gratuitamente el transporte público, por lo que decidí hacer uso de la misma solo por hacer gasto. Me subí en un taxi al que indiqué que me llevara a dar vueltas por Marbella a escasa velocidad para poder ir saludando por la ventanilla a los presentes que seguro se habían echado a la calle para homenajearme. La mayor parte me saludó con cortes de mangas, ya saben que todavía queda mucho turista guiri por Marbella.
Tras un par de horas de recorrido, sin preguntar siquiera cuánto debía al taxista, le alargué mi tarjeta de transporte municipal y le dije que se cobrara y que se pusiera diez euros de propina. Apenas tuve tiempo de salir corriendo mientras el conductor me gritaba algo sobre mi madre.
Esto pasa porque, aquí en Marbella, con el turismo muchos se creen que todo el monte es orégano y ya no les bastan los 10 euros de propina. Desagradecidos.
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