Opinión

El rehén

Pedro Sánchez con Mohamed Vi el pasado mes de abril en Rabat, al fondo la bandera española al revés en señal de rendición.

Esta tarde ha comenzado esa cumbre con Marruecos que los medios de comunicación públicos intentan vendernos de una trascendencia histórica, mientras insisten machaconamente en lo buenos vecinos que somos y en la importancia de una relación bilateral a la que España siempre ha dado mucha más importancia de la que realmente tiene.

En esta ocasión, el Gobierno de Pedro Sánchez llega al encuentro de Rabat en una clarísima posición de debilidad tras los varios meses en los que el rey Mohamed VI lleva chuleándole sin disimulo a Sánchez desde que le pilló lo que fuera que le pillara cuando le espió el teléfono con el software Pegasus.

Nuestro presidente llega a la cumbre como un rehén, dispuesto a agachar el espinazo en todo lo que imponga Rabat, que ya se ha cobrado parte de su compromiso de silencio obligando a Pedro Sánchez a cambiar porque sí la posición española sobre el Sahara, la relación con el Polisario y a la ruptura del vital acuerdo energético que teníamos con Argelia.

El presidente, para protegerse de lo que sea que sabe Marruecos sobre él, no ha tenido empacho alguno en empobrecer infinitamente a los españoles más vulnerables al obligarnos a pagar esa fuente de energía mucho más cara que antes.

Hay que admitir no obstante que, aunque jamás hemos presentado ante el vecino reino una posición tan débil, los diferentes gobiernos españoles de ambos signos políticos siempre han tenido una incomprensible actitud servil hacia Rabat. Incluso Europa mantiene una inexplicable tibieza ante los excesos de Marruecos, permitiendo que utilice la migración irregular como un arma de guerra, incluyendo el lanzar a menores sobre Ceuta y Melilla o permitiéndoles cruzar el mar en singladuras suicidas que para muchos de ellos han terminado en el fondo del Mediterráneo. No menos sorprendente es que tanto España como la UE permitan la importación a toda Europa de productos hortofrutícolas a los que no se obliga a cumplir las estrictas garantías sanitarias que sí se les exigen a los agricultores españoles.

Marruecos nunca ha sido un buen vecino, ni ha pretendido serlo y siempre ha planteado las relaciones con España como una relación de fuerza que asimila nuestro famoso “talante dialogante” a un signo de debilidad.

Y a tenor de cómo colocaron a nuestro presidente ante una bandera de España colocada al revés en señal de rendición, parece que los marroquíes tienen razón al considerarnos débiles.


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