Jo, que mal, me han echado del hospital. Y encima a la hora de comer, que yo les dije que me iba después del papeo. Pues que de eso nada, que a la calle. ¿Y un tupper, no me pueden poner el almuerzo en un tupper para respetar la nueva ley que prohíbe el desperdicio alimentario?
Pues que no, que ya te hemos operado y que, más o menos, estás bien, así que te vas a tu casa. Horrible falta de empatía. Y yo le insistía a las enfermeras en que estaba muy enfermo, pero ellas que de eso nada, que el problema no era que yo estuviera enfermo sino que era un enfermo, que lo único que les preguntaba a todas cada día es qué llevaban puesto. Y reconozco que eso es verdad, pero no era en plan guarruno, era solo por curiosidad y porque me interesa la moda.
Y entonces aparecen los médicos y me dicen que me han puesto un aparato para que me suelte descargas eléctricas si el corazón se acelera demasiado por su cuenta. Es entonces cuando uno se asusta, se lo digo de verdad, y al precio que está el kilovatio/hora me pregunto quién va a pagar la factura de la luz.
Además me inquieta cuando esté con una valkiria en plan íntimo, porque a los que somos grandes románticos se nos disparan las pulsaciones en los momentos de pasión y me da un poco de yuyu que, con el contacto físico, el aparatillo implantado le suelte una descarga de tropecientos mil amperios a la chica, y ella con los pelos como alambres, con convulsiones y temblores, como cuando los policías te disparan con una de sus pistolas Tasser, que eso a mí no me ha pasado nunca.
Es verdad que, al menos, la gachí se irá a su casa con el convencimiento de que jamás ha conocido a machote similar, con esa energía, pero seguro que ninguna se va a ofrecer luego a pagar la factura eléctrica a escote.
El problema es que hay mucha gorrona y, en realidad, solo me quieren por mi cuerpo y no se preocupan por mi salud.
Comentarios potenciados por CComment