No recordaba que hoy era el Día Internacional contra el Bullying o acoso escolar, lo aclaro para aquellos que no hayan estudiado en Eton. La verdad es que en los años en los que yo fui escolar no pasaba eso de maltratar a los compañeros más débiles, o al menos nadie lo hacía sin coartada ni sin contar con un buen abogado.
En mi época no éramos tan frívolos como los colegiales actuales y se respetaban hasta la muerte las sacrosantas normas del recreo, que obligaban a utilizar ese cuarto de hora de asueto a golpearse sin contemplaciones entre los alumnos hasta lograr arrebatarle el Bollycao al contrario. Si bien, las sagradas normas del recreo impedían ser cruel con el adversario vencido, y aunque se permitían las descargas eléctricas, jamás podrían ser de un amperaje que pudiera afectar a sus funciones psicomotrices.
El problema con el bullying hoy está en los móviles y en las redes sociales. Si en mi época los colegiales hubiésemos tenido móvil, jamás lo habríamos utilizado para acosar a los compañeros, sino que los habríamos usado para abrirnos la cabeza los unos a los otros. Y al final de la batalla, en medio del patio del cole, el vencedor se subiría al montículo formado por los cuerpos yacentes y, blandiendo sobre su cabeza su móvil ensangrentado, gritaría “Por mí y por mis compañeros, ¡Victoria!”, mientras por la megafonía sonaba la música de Gladiator.
Al fin y al cabo, eso es lo que hace cualquier niño normal cuando le das un objeto contundente.
Lo que pasa es que los colegiales de hoy son muy violentos y, desde luego, le han perdido el respeto al código que marcaba las reglas de enfrentamiento del recreo, tiempos de caballeros y dragones en los que en el cole solo se aplicaban la violencia y crueldad necesarias para subyugar y someter al enemigo y ganarse así el derecho al botín.
No como ahora que con tanto Twitter y PlayStation, los chavales han olvidado aquella época en la que existía el honor y el recreo era cuna de hombres, forja de líderes.
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