Viendo que nuestros gobernantes no parecen capaces de solucionar el caos creado por las lluvias y las nevadas que ha traído la tormenta “Filomena”, resulta obvio que ha llegado el momento de que, como en otras ocasiones, me erija en esa luz que ilumina de esperanza a la ciudadanía.
Y lo primero que tengo que decirles es, precisamente, que apaguen esa luz y cualquier otra porque las eléctricas ha subido un 20% sus precios aprovechando las circunstancias.
Por supuesto, nada de calefacciones, que gastan lo que no está en los escritos. Y si al rato comienzan a apreciar símbolos de congelación en las extremidades, no se dejen llevar por el pánico, ni se desanimen. Para superar el trance correteen por sus viviendas de forma atropellada y caótica, mesándose los cabellos y gritando “¡Dios mío, vamos a morir, vamos a morir!”.
Este sencillo y sano ejercicio les ayudará a entrar en calor y, en caso contrario, al menos mantendrán una actitud acorde a lo desesperado de la situación.
No olviden que el mayor peligro de la tormenta “Filomena” no es la nieve ni la lluvia sino el frío y el hielo. Lo sé porque yo tuve una novia llamada Filomena que era así. Nada de romanticismo, achuchones en portales oscuros, ni de las normales cosas guarrunas inenarrables que algunos tenían en mente cuando eran jóvenes, cosa que a mí no me pasaba. No obstante, debí darme cuenta cuando supe que su apellido era Balay. Quien nace lechón, muere cochino.
Otra cosa, con el frío, la nieve se convierte en hielo y por eso es el momento de recoger de la calle todo el que pueda y meterlo en el congelador de casa para ahorrarse una pasta en los cubitos de hielo para las copas. Hay gente a la que esto le puede dar algo de reparo, pero el único peligro es que, al echar unos trozos en el gin-tonic, te encuentres el cuerpo de algún esquiador despistado. Ya saben lo que pasa con lo del calentamiento global y el deshielo, te puedes encontrar cualquier cosa.
A aquellos que estén en las ciudades castigadas por la nieve, recuerden al salir a la calle que pueden tropezarse con lo que, en primera instancia, podría ser el Yeti. Si se fijan, lo más normal es que se trate en realidad de un okupa hipioso, de un diputado de Podemos, o bien de la señora gruesa del 3º con el abrigo de visón falso. Probablemente, al final todo quedará en un susto. Bueno, salvo que sea la vecina del tercero vestida de oso polar. Olvidar eso no es tan fácil.
De tratarse del auténtico Yeti recuerden que no habla nuestro idioma, por lo que gritarle para que entienda, como hacemos con los guiris, no funcionará.
En este caso, lo mejor es ir acompañado por alguien que sea más lento que el interesado para que, al salir a la carrera al grito de "mariquita el último", tengamos la certeza de que no privamos al pobre animal de su necesario sustento. Al fin y al cabo, creo que se trata de una especie protegida o, por lo menos, tiene inmunidad parlamentaria. Eso seguro.
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