Ya he visto en la tele que el ministro de Sanidad, Salvador Illa, se ha fijado como primer objetivo de Año Nuevo el de seguir reprimiendo a los últimos grandes románticos que quedan en el planeta: los fumadores. Sin embargo, lo que no sabe el ministro es que no pereceremos sin luchar.
A decir verdad, en no pocas ocasiones me siento como el lince ibérico, relegado a errar por las marismas de Doñana, al igual que yo lo hago por las terrazas de los bares.
Lastrado por la maldición de resultar demasiado grande como gato doméstico y demasiado pequeño para trabajar en el circo, este felino andaluz está condenado a pasar su vida haciendo lo que mejor sabemos hacer en esta gran autonomía, bigardear por las dunas persiguiendo conejos.
Pues lo mismo que cualquier fumador que, condenado por la autoridad a ir de terraza en terraza tomando cervecillas, también puede terminar en cualquier chiringuito de la playa; aunque vamos a dejar lo de perseguir nada por las dunas porque no suena demasiado bien.
Personalmente, siempre me he sentido cercano a este felino. Ambos estamos condenados a la extinción, y si los linces suelen morir atropellados por los coches al cruzar las carreteras, los fumadores sucumbiremos atropellados por la represión oficial. Si bien, una vez me encuentre rodeado por las fuerzas del orden, me humicidiaré, que es como se inmola un auténtico fumador: asfixiado en su propio humo de puro habano de hoja de vuelta arriba al grito de “¡Por Montecristo, Cohiba, Partagás y el bueno de Don Julián!”. A ver si consigo algún patrocinio como los de la Fórmula 1.
De hecho, y creo que estarán de acuerdo conmigo, los fumadores, al igual que el lince, deberíamos ser especie protegida, estar subvencionados por la Junta de Andalucía y poder acceder al centro ese de especies en peligro, donde estos animales tienen hasta un centro de apareamiento y cría. Es verdad que en el de los linces no hay cervecillas, ni barra, ni tiene insinuantes lucecillas rojas, ni las linces que trabajan allí llevan taconazos de Jimmy Choo, pero son solo tecnicismos. Además, todo eso se puede hablar.
Imaginen lo educativo que sería para las nuevas generaciones que los colegios pudieran visitar el centro para que los niños conocieran al homo fumadoris en su hábitat natural, en esos ambientes de madrugada de pestoso bar cutre lleno de humo donde, siguiendo la llamada de la naturaleza, se realizan los ritos de conquista, celo y apareamiento.
Los chavales incluso lo podrían grabar con los móviles para luego repasarlo en casa. Porque una cosa sí les digo, por mucho que la ministra Celaá se oponga, hacer deberes en casa es importante.
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