Es comprensible que quienes no entienden de epidemiología sean reticentes a ponerse la vacuna contra el coronavirus, porque el problema de fondo está en que el Gobierno no ha sabido vender el producto. La verdad es que, hasta el momento, ha sido como si McDonald's vendiera el Whopper con queso destacando cómo el colesterol obstruye las venas y provoca infartos.
Lo que hay es que cambiar la perspectiva, que se lo digo yo. Que se olviden los informativos de la tele de insistir más en el hecho de que los principales ejecutivos de las farmacéuticas implicadas han vendido sus acciones en plan “mariquita el último”. Ni hace falta recordar cada día en el telediario qué países tienen acuerdo de extradición con quién.
Aquí de lo que se trata para que la gente se vacune es de apelar al más rancio sentimiento nacional, a la tauromaquia.
Como en cualquier rebaño de borregos, mi plan estratégico para vacunar rápidamente a todo el mundo consiste en respetar los hábitos y el ánimo de las víctimas.
Se coge a personal de la Agencia Tributaria y a empleados de banca, a cada uno le das dos jeringuillas con la vacuna y un traje de luces.
Entonces, cuando entra el inocente en el lugar de autos donde se ejecutará la vacunación y ve esa cara tan familiar que siempre se la clava de alguna forma, agacha la cabeza de modo tan natural como instintivo, dispuesto a lo que venga, sea sanción, hipoteca o carísimo crédito de consumo con comisiones abusivas. Consciente, al fin y al cabo, de que su suerte está echada.
Es en ese momento cuando el diestro, sea funcionario o bancario, alzando codos y juntando manos, clava las jeringuillas en el cogote de la res, en suerte de banderillas al quiebro, con valor y elegancia, mientras, enfervorecida por tanto arte, la plaza clama oreja agitando pañuelos blancos.
Esto es un plan de vacunación y no las mariconadas del Consejo de Ministros. Y ahora imagínense que, encima, va la vacuna y funciona. A ver cuándo se iba a ver uno de la Agencia Tributaria o de la sucursal bancaria dando vuelta al ruedo aplaudido por los mismos sodomizados contribuyentes o clientes a los que acaba de cortar las orejas.
Bueno, y si no funciona, al menos palmaremos tras pasar una tarde en los toros.
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