Editorial

Balance de 22 años

Imagen de archivo del año 2012 de oficiales de la Marina saludando al paso de su fragata ante el Memorial del 11 de Septiembre.

Hoy, a una distancia de 22 años, podemos analizar con más objetividad el mundo surgido tras aquel 11 de septiembre de 2001, cuando los atentados que sufrió Estados Unidos sirvieron también de excusa para un “nuevo orden” en el que el terrorismo se convirtió en la coartada oficial que justificó los excesos que cometimos después.

Aún quedan muchas preguntas sin contestar sobre el quién, el cómo y el por qué de aquellos atentados, y es muy probable que la verdad sobre lo que sucedió ese dramático martes duerma el sueño de los justos en algún archivador junto al informe sobre el asesinato de JFK, los marcianos de Rockwell o el que desvela si Elvis llegó a abandonar el edificio.

Lo único que sí sabemos con certeza, una vez que hacemos balance de los acontecimientos desde entonces, es la innegable capacidad que tenemos los seres humanos para fastidiar lo que ya está fastidiado.

Tanto para aquellos que aún creen que fue Osama bin Laden el autor -al menos intelectual- de los atentados, como para los que preferimos no hacernos esa pregunta, fueron sin duda una victoria para sus autores, aunque no tanto por el daño infringido como por servir de catequizador para acabar con varios de los principios en los que tratamos de basar nuestra forma de vida.

Si algo consiguieron aquellos aviones al estrellarse contra símbolos de Estados Unidos, fue facilitar una coartada a muchos gobernantes occidentales para acabar con los mismo principios básicos que los terroristas atacaron.

Y lo consiguieron.

Amparados en la excepcional justificación de la amenaza terrorista, la mayoría de los gobiernos que reiteradamente se felicitan por su carácter demócrata, pasaron a legislar saltándose las libertades civiles más esenciales. Se crearon cárceles secretas por el mundo para encerrar a terroristas a los que ningún juez llegó a acusar de nada, se realizaron vuelos secretos -España colaboró en ello durante la época de Aznar- para transportar a los supuestos terroristas secuestrados en diferentes países. Invadimos naciones, las destruimos, matamos a cientos de miles de civiles en nuestra cruzada contra “el terrorismo”, que en aquellos lamentables años posteriores a 2001 se convirtió en la causa que justificaba cualquier exceso.

Después de aquello, cuando ya le cogimos el gustillo a lo de machacar a los más débiles, nos sirvió cualquier excusa para continuar con los excesos "democráticos" y matamos a otros cuantos cientos de miles, ahora de iraquíes, acusándoles de tener unas armas de destrucción masiva que sabíamos que no tenían.

Y así hemos llegado hasta hoy, cuando nos atrevemos a señalar con el dedo a Rusia por sus excesos en Ucrania y a fingir indignación por la falta de respeto de Moscú a las normas del Derecho Internacional, a las libertades básicas y a otros principios esenciales en los que se basa la democracia.

Las mismas normas, libertades y principios que nosotros llevamos violando desde octubre de 2001, cuando invadimos Afganistán.

Si realmente Bin Laden fue en autor del 11-S, seguro que jamás pensó que podría conseguir tanto con un recurso tan primitivo como el terrorismo.


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