Como era de esperar, el plan de paz chino para poner fin a la guerra en Ucrania no ha despertado ningún entusiasmo entre los países que estamos apoyando a las tropas de Kiev. De hecho, casi ha sido la indiferencia la única respuesta a la iniciativa de Pekín y solo los pocos gobiernos que se mantienen fieles a Moscú han prestado algo de atención a la propuesta.
La visita realizada ayer por el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko, a Beijing para reunirse con Xi Jinping es prueba de ello.
Es cierto que lo presentado por el Gobierno chino no puede calificarse como un “plan” de paz. No es un plan sino un planteamiento de doce puntos desde el que se podría partir para construir ese plan de paz. China, con bastante sentido común, sabe que nadie iba a aceptar ab initio un programa de pacificación con términos y fecha cerrados.
La propuesta pretende que se negocie sobre ella y que sean ambas partes, o terceros países que los representen, quienes vayan cerrando temas y cortando flecos hasta llegar a una realidad fáctica que, evidentemente, no va a satisfacer plenamente ni a Kiev ni a Moscú. De otra forma no sería un buen acuerdo.
Desde Occidente, el sheriff del cotarro, que es Estados Unidos, no ha hecho caso alguno a la iniciativa china y, lógicamente, con nuestro habitual docilidad y conciencia de rebaño, los países de la OTAN hemos seguido al pastor.
Sin embargo, no debemos olvidar que, en este caso, es precisamente el pastor el que está forrándose gracias a la guerra. Estados Unidos ha multiplicado exponencialmente sus ventas, entre otros, de gas licuado a los países europeos, incluyendo a España, y toda su industria de defensa trabaja a pleno rendimiento con presupuestos millonarios para proveer a las tropas ucranianas.
Paralelamente ha conseguido otro objetivo que llevaba años reclamando: nosotros, los socios de la OTAN, estamos aumentado considerablemente nuestro gasto militar sin que se haya producido rechazo social alguno, precisamente porque ahora nuestros gobiernos justifican ese esfuerzo en la necesaria solidaridad con Ucrania. Quién nos iba a decir que íbamos a ver a un gobierno “progresista” formado por el PSOE, Podemos y el resto de la izquierda española, de la manos de Estados Unidos, enviando carros de combate a una guerra en un país del Este. Buena jugada.
Es cierto que la propuesta china es ahora mismo demasiado amplia y demasiado vaga, y que hará falta un trabajo de negociación intenso y prolongado en el tiempo para llegar a ese "plan de paz", pero tampoco hay que perder de vista que los chinos han sido los únicos que, hasta hoy, han planteado una propuesta que no sea la de armar más a los contendientes para que se sigan matando entre ellos.
Este conflicto terminará probablemente con un cuarto de millón de muertos o más, eso es mucha gente. Es fácil apoyar una guerra cuando no tenemos que combatir ni morir en ella.
Ucrania se ha convertido en negocio, en un factor económico más, y eso hace inevitable recordar las palabras de Thomas Mann cuando dijo que "la guerra es la salida cobarde a los problemas de la paz".