En su proceso colonizador de las instituciones fundamentales del Estado, el presidente Pedro Sánchez comete otro lamentable error al colocar a uno de los “suyos” al frente del Banco de España, eliminando la vital función que tiene la entidad y su gobernador como asesor independiente del Gobierno.
Poner a José Luis Escrivá, ministro hasta ahora para la Transformación Digital, al frente del Banco de España privará a las principales instituciones económicas del país, tanto públicas como privadas, al propio Gobierno y al mismo Pedro Sánchez de un criterio técnico que era imparcial y objetivo, algo que es especialmente importante hoy, con un Ejecutivo especializado en meteduras de pata legislativas, en la asunción de medidas a tontas y a locas, y en utilizar la política económica como un instrumento para comprar el voto ciudadano y las lealtades parlamentarias necesarias para mantenerse en el poder a cualquier precio.
Colocar en un puesto de asesor económico objetivo a alguien de tu cuerda no es en absoluto una decisión inteligente pues provocará la desconfianza de los inversores privados, conscientes de que el presidente del Gobierno está buscando construir un discurso amañado sobre el efecto real que tendrán sus medidas económicas y financieras. Es obvio que a Sánchez la crítica le provoca sarpullidos y los sucesivos informes del hasta junio gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, distaban mucho del ciego apoyo al que están obligados los que aún cuentan con el placet del presidente del Gobierno.
El error de planteamiento del absolutismo sanchista está en que el elegido para ese puesto no estaba para emitir informes críticos al gobernante sino que adelantaba, con exclusivos criterios técnicos, el resultado que tendrán las medidas económicas que aprueba el Gobierno. El gobernador del Banco de España, al igual que el director de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef), no son parte de la oposición a Pedro Sánchez sino que, por el contrario, son sus colaboradores para evitar que meta la pata o, al menos, que conozca las consecuencias si aún así se empeña en seguir cometiendo errores.
Es cierto que Pedro Sánchez recuerda cada vez más a Nicolás Maduro, al igual que Maduro, gobierna habiendo perdido las elecciones y, al igual que Maduro, ha “ordenado” que la Navidad empiece en octubre, a pesar de que la realidad indica que es poco probable que empiece a nevar cuando no toca.
Ocultar la verdad para dotar de una falsa credibilidad a la política económica con idea de vender una imagen sobrevalorada de la realidad puede servir temporalmente para engañar a algunos votantes, pero no va a colar con esos agentes económicos nacionales e internacionales que son los que realmente hacen funcionar la economía. Por mucho que insista cualquier dictador, la Navidad seguirá siendo en diciembre.
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