Aunque los gobiernos europeos no quieren hablar sobre el tema y se niegan a admitir que hay un elefante en la habitación, lo cierto es que el neocapitalismo, neoliberalismo si lo prefieren, ha fracasado.
Fracasó hace ya décadas, pero los vencedores de ese fracaso aglutinan tanto poder que los gobiernos a los que financian carecen de soberanía suficiente para acabar con un sistema que, simplemente, está podrido.
No es que Adam Smith se equivocara al plantear su teoría de la “mano invisible” como reguladora natural de un mercado en libre competencia, es que nos la hemos arreglado, de nuevo, para corromper algo que podía haber funcionado.
Hoy la libre competencia no existe. Por el contrario, la liberalización económica ha servido para que cada vez menos acumulen más renta, más poder económico, expulsando del mercado a cualquiera que, en su inocencia, pretenda competir libremente.
En España, el proceso privatizador de lo público que comenzó con Felipe González y que metió la directa con José María Aznar, sirvió para que ambos partidos repartieran el patrimonio público empresarial entre sus amiguetes para que, a cambio, financiaran los partidos de forma totalmente irregular. Ese sistema, no solo ha permanecido, sino que con la aparición del Ibex-35 se convirtió en la semilla de una corrupción estructural que los ciudadanos seguimos pagando hoy.
No es casualidad que las eléctricas y la banca presenten cada ejercicio beneficios más disparatados a pesar de esos impuestos especiales con los que el Gobierno les ha gravado y que ellos cargan puntualmente a sus clientes, más un plus de beneficios extra.
Aunque mal de muchos es consuelo de tontos, sigue siendo consuelo al fin y al cabo, porque en la UE la cosa no pinta mucho mejor. La corrupción en Europa es ya estructural y todo el carísimo entramado de esa Europa comunitaria que no existe va enfocado a proteger el actual statu quo feudal en el que una minoría privilegiada atesora el patrimonio del reino a base de explotar a los siervos de la gleba, a nosotros, el contribuyente medio.
Es por esa razón por la que nuestro Gobierno, al igual que los restantes de la UE, limita su labor a realizar cambios cosméticos que de ninguna manera van a afectar a esa estructura corrupta que se ha conformado entre los grandes del poder económico y el poder político que está a su servicio.
Los ciudadanos nos preguntamos muchas veces por qué nuestros políticos son tan mediocres. Es sencillo, esa oligarquía económica jamás permitirá el ascenso de alguien brillante y honesto que tenga el valor de ponerlo todo patas arriba.
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